Tienen de cara de buenos, con sus ojillos redondos y su antifaz siempre puesto. Pero no hay que fiarse porque, cuanto hay comida en juego, no se andan con chiquitas y usan a conciencia sus fuertes garras y grandes colmillos. En América, de donde proceden, los conocen bien y los mantienen alejados, sobre todo de los niños. En España, son especies invasoras y conocemos menos su impacto y sus peligros. En la Comunidad de Madrid empezaron con tan solo tres ejemplares que dejaron en libertad de forma temeraria. Han proliferado en los últimos años y solo en este lustro se han capturado más de 900 en la Comunidad de Madrid, una cifra superior a los 814 que se atraparon entre 2007 y 2018.
La razón de que haya que capturarlos es el fuerte impacto que tienen como especie invasora en nuestros ecosistemas autóctonos. A la gineta y otros depredadores locales los está desplazando, nos cuenta Ramón Pérez, responsable del Área de Especies de WWF España. Además, el mapache arrasa con los nidos y pone en jaque a muchas especies de aves: "También resulta peligroso para el ser humano porque transmite parásitos intestinales que pueden afectar a los niños. Y tiene un efecto muy fuerte en la agricultura porque causa muchos destrozos", explica Pérez. Para atraparlos usan nubes de azúcar de golosina, huevos o mantequilla. Preparan las trampas y las dejan actuar por la noche, ya que se trata de animales nocturnos.
El mapache es una animal omnívoro y voraz, que no duda en atacar al ser humano porque no le tiene miedo y no puede ser domesticado. Estos zarpazos pueden llegar a transmitir enfermedades infecciosas como la rabia. Por todos estos motivos, los mapaches están lejos de ser esos animales adorables que protagonizan los dibujos animados. Los expertos recomiendan avisar si se ve alguno en el campo o en las proximidades de las ciudades, un hábitat que también están ocupando cada vez más en España.