Schulz había sido el blanco de las críticas desde que se conoció el acuerdo de coalición por reclamar para si el Ministerio de Exteriores, donde hubiese relevado al actual titular y su antecesor como jefe del Partido Socialdemócrata (SPD), Sigmar Gabriel.
La designación de Schulz se había convertido en un problema de cara a la aprobación del acuerdo de coalición por parte de los 463.000 militantes del SPD y la discusión al respecto amenazaba con opacar algunos logros de la negociación tanto en lo programático como el reparto de las carteras ministeriales.
El que el SPD, con su peor resultado histórico en las generales de septiembre -un 20,5 %-, se haya quedado con el Ministerio de Finanzas, del total de seis carteras que le corresponderán, había pasado a un segundo plano por el debate en torno a Schulz y sus ambiciones personales.
De un lado, se trataba de un problema de credibilidad, ya que Schulz, que en un primer momento había rechazado de plano la posibilidad de reeditar la gran coalición, había reiterado que nunca sería ministro de Merkel.
Muchos habían esperado que se mantuviera como jefe del partido pero que a la vez se quedara fuera del Gobierno. Lo que pretendió hacer fue justamente lo contrario al designar, el pasado miércoles, a Andrea Nahles como su sucesora al frente de la agrupación y reclamar para sí la cartera de Exteriores.