Un veterano con más de tres décadas en Westminster que, en 2015, tras la segunda derrota consecutiva en unas generales, se había animado a presentarse a la contienda para reemplazar a Ed Miliband con el mero objetivo de incluir una propuesta anti-austeridad en el debate del futuro de una fuerza política en busca de su identidad.

Sus opciones parecían residuales, pero algo en su discurso de regreso a las raíces socialistas tocó fibra no solo entre las bases, sino entre miles de desencantados con la política, que decidieron unirse a la formación para aprovechar el flamante nuevo sistema de elección del líder: del poder de los sindicatos y del grupo parlamentario, el laborismo apostaba por la fórmula de dar la voz a la militancia. La era Corbyn acababa de empezar.

Pese a que desde su improbable ascenso de diputado raso a jefe de la oposición contrarió a las élites tradicionales, el ahora candidato consideró haber recibido un claro mandato para imponer una agenda que se alejaba de los postulados imperantes desde el apogeo de Tony Blair y compañía.

La connivencia del exprimer ministro con los mercados fue sustituida por una dura retórica contra la "avaricia de la banca", el intervencionismo que había dividido al partido con la invasión de Irak dio paso al cuestionamiento ético del militarismo y la apuesta por impuestos bajos y atracción de las élites ha quedado relegada por la aspiración hacia una sociedad más igualitaria que "rinda cuentas con quienes creían que podían salir airosos de su codicia".

Al recabar el respaldo de seis de cada diez militantes en su relección en septiembre, tras el intento de regicidio por parte de sus propios diputados, Corbyn reforzó su legitimidad para reivindicar su regreso a las esencias socialistas, su defensa de la equidad social y un predicamento anti-élites que lleva el sello distintivo de quien ha ejercido durante más de 30 años como verso libre de la política británica.

Cuestionado en su partido tanto como por un aparato mediático que solo ahora lo empieza a tomar en serio, si algo no se le puede criticar es su falta de coherencia. Su programa electoral está directamente inspirado en su ADN ideológico y entierra definitivamente el espíritu de la Tercera Vía que hace veinte años había llevado al Laborismo al Número 10, con planteamientos que Blair había relegado al cajón de la memoria por considerarlos material electoral inflamable.

Corbyn nunca se había mostrado cómodo con el viraje introducido durante aquellos 13 años en el poder, en los que ejerció como la voz de la conciencia crítica y, como candidato, ha asumido como una misión personal el regresar a los postulados de la izquierda más pura, la misma que le había otorgado una reputación como el diputado más rebelde de Westminster, capaz de ignorar la disciplina interna en más de 500 ocasiones.