Antes de la guerra de Hamás, la situación política del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, era más que complicada. Llevaba dos años intentando armar una mayoría imposible, tenía a medio país en contra por las reformas judiciales que planteaba y por los casos de corrupción que le salpican. Ahora el Gobierno de Joe Biden teme que Netanyahu quiera alargar esta guerra para interés personal.

Además, Estados Unidos teme que el conflicto se extienda a otros países. Antony Blinken, el secretario de Estado de EEUU, ha asegurado que, "fácilmente, podría producir metástasis causando aún más inseguridad". De hecho, se espera que Blinken presione este martes al primer ministro israelí para pasar a la siguiente fase de la guerra.

La Administración Biden sospecha que el mandatario quiere alargar la guerra para tapar sus casos de corrupción y disipar las críticas hacia la reforma judicial que tenía fracturada al país justo antes de los ataques de Hamás. Precisamente, el 64% de los israelíes no está de acuerdo con la gestión de Netanyahu desde el 7 de octubre. Pero él asegura que la guerra continuará a pesar de las críticas internas y externas: "Se lo digo tanto a nuestros enemigos como a nuestros amigos".

La enésima polémica que rodea a su Ejército es la desaparición de 600 pacientes y sanitarios del Hospital Al-Aqsa, en el centro de la Franja de Gaza. Sean Casey, portavoz de la OMS desplazado a la zona, ha asegurado que este hospital se encontraba bajo una enorme presión, sin recursos ni personal. "Durante la noche solo tienen un médico trabajando con cientos de víctimas", ha denunciado Casey. Críticas que dejan a Israel cada vez más solo justo cuando arranca el cuarto mes de invasión.