En mitad de la calle, entre el tráfico y la multitud, olfateaban sus historias. En la Ocho con Broadway, en Los Ángeles, el fotógrafo Peter Lindbergh dio con una de tantas. Un segundo, una imagen o cientos de ellas. "Cargo, encuadro y disparo", decía William Klein, "como si mi cámara fuera una metralleta".

Una de las pocas de esos maestros de principios del siglo XX que aún sigue activa. "Tenemos esta sensación de estar en medio de la escena. Son fotógrafos que en los años cincuenta sobre todo han cambiado la manera de ver", explica Claude Bussac, directora de PhotoEspaña.

En solo tres semanas se han perdido el blanco y negro de la América de Robert Frank, el glamour de Peter Lindbergh, el color de Fred Herzog, el brillo de Leopoldo Pomés y Steve Hiett... o la sangre fría de Charlie Cole. Seis fotógrafos menos, seis objetivos en negro para siempre.

"Estos fotógrafos llenan todo el movimiento de grano, de sentimiento, de trepidación, de ruido.. y nos demuestran que nosotros cuando vamos andando por la calle no vamos rectos como un trípode sino que nos torcemos, nos agachamos", relata Fernando Sánchez, profesor de fotografía y editor de Xatakafoto.

Desaparece esta generación de fotógrafos y con ellos, dicen, también la fotografía callejera: "Ahora en estos tiempos, Robert Frank, William Klein... sería totalmente imposible y seguro que saldrían denuncias. 'Que me has sacado en primer plano, que tal' Dentro de 50 o 60 años no vamos a saber cómo era la gente que va al Museo del Prado en 2019", explica el profesor.

Se pierde, por tanto, esa forma de mirar. "Es como si se cerraran los ojos del mundo, de la realidad", dice Laura Terré, historiadora de la fotografía. Los ojos con los que bucear en sus archivos.

"La fotografía es un depósito de memoria. Si nosotros no conocemos el pasado, no podremos construir el futuro", afirma la experta. El arte de echar la vista atrás, para volver después la mirada hacia adelante.