"¡Hola, Madrid! Teníamos que volver, es fantástico veros de nuevo. Hace calor, ¿eh?", ha comentado eufórico ante el aforo completo, ataviado con un colgante dorado, gorra y camiseta de los Chicago Bulls, en el tramo inicial de un breve "show" que apenas ha rozado la hora y media de extensión.
Cuando en 2017 se presentó en el WiZink Center de Madrid con una propuesta acorde al título de esta gira, "24K Magic World Tour", que multiplicaba el empaque de su propuesta escénica anterior, pudo constatarse ya que el hawaiano había empezado a jugar en las grandes ligas.
Lo que entonces no parecía tan evidente es que faltaba tan poco, unos meses solo, para su siguiente salto de división. Solo un artista podía inaugurar el madrileño estadio Wanda Metropolitano como sede de conciertos aptos para la megalomanía.
Iron Maiden a punto estuvo de hacerse con ese privilegio, pero Mars se anticipó y demostró que los 35 años de diferencia como ídolos del escenario entre ambos se quedaban en nada: en solo dos horas, sus seguidores se merendaron 43.000 entradas como si nada.
Sin tener en cuenta a los teloneros DNCE, en los anales figurará así que "Finese" fue la primera canción que sonó en vivo en este recinto, concretamente a las 22 horas y 22 minutos de un 22 de junio, tras una colosal ovación de, según la organización, 55.000 personas ávidas de música y diversión.
Quedaba por ver cómo respondía el Metropolitano a la música tras su primer año de periplo futbolístico. Desgraciadamente, la réplica ha sido un pastiche sonoro que llegaba completamente turbio a la grada y que además reverberaba de vuelta al golpear la zona techada, lo que impedía la salida natural de las ondas, como sí pasaba en su predecesor, el estadio Vicente Calderón.
El del público, en cualquier caso, ha sido desde el inicio un clamor unánime de cuerpos licuados a los pies de Mars, como cuando se ha dirigido a ellos en castellano, apelando a sus orígenes puertorriqueños, con un "Te quiero mucho, mi niña".
Especialmente relevante como núcleo del espectáculo ha vuelto a ser la presencia de The Hooligans, la dinámica banda de músicos/bailarines que lo acompaña en sus complejas coreografías o en sus compadreos ensayados, véase los culetazos andarines.
En ese sentido, pocas novedades respecto a sus anteriores visitas a la ciudad. Como diferencias, los cuadrantes de colores que convertían antes su tarima en una discoteca setentera se trasladan a dos bandas horizontales por encima y por debajo del escenario, parapetado a su vez por dos pantallones laterales.
Con esos mimbres ha tejido una vez más un "show" meticuloso en lo escenográfico, especialmente apabullante ante los números diseñados para "Runaway baby" o, casi al final, para "Locked out of heaven", aunque se han agradecido en loor de la naturalidad escénica la interpretación más desnuda de la estupenda "When I was your man".
Discutible ha sido la duración del repertorio, que ya quedó en entredicho en su anterior visita, más aún hoy, con 14 temas, tres menos que entonces, pese a disponer de material suficiente en la recámara (tres discos de éxito en el mercado) y de que el precio oficial de la entrada más cara fuera de 180 euros, es decir, a 12 euros cada tema.
Sin embargo, no han sonado ni "Grenade", ni "Gorilla", ni "The Lazy Song", ni "Moonshine" o "Billionaire". Eso sí, del primero al último, con la salvedad quizás de "Calling all my lovelies" o "Perm", la docena larga de canciones que sí ha escogido se corresponde con las más reproducidas de su discografía, lo que ha conformado un formato fulgurante, magro en cuanto a rellenos innecesarios y plagado de grandes éxitos que han hecho de este un montaje para el disfrute inmediato.
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