Antoni Tàpies llenó sus obras de cruces para hacernos reflexionar, hablaba de la cantidad de simbología que trasmitían, y de corazones porque daban la vida y eran señal de estima y de amor. Porque esos pequeños detalles eran los que a él le fascinaban, igual que las rutinas diarias, como "vestirse cada día o ponerse unos calcetines, primero uno y luego otro", como él explicaba. "Esas acciones tienen para mí algo de sagrado", decía.

De esa sublimación de lo cotidiano nacieron muchas de sus obras construidas con objetos cotidianos como una botella de refresco, platos, una silla o un armario a rebosar de ropa, otra de sus marcas: el uso del textil.

Cuenta su hijo, Toni Tàpies, ante la gran exposición que le dedicó el museo Guggenheim, que su padre a veces iba por la casa buscando objetos que luego usaría en sus obras, como zapatos.

De uno de esos objetos cotidianos nació su obra más polémica, la que enfrentó a la Generalitat con el Ayuntamiento de Barcelona, quien le encargó algo para el Museo Nacional de Arte de Catalunya para el año de los Juegos. El artista proyectó un calcetín de 18 metros de altura.

Al muchos les pareció impropio, la obra llenó portadas y al final se quedó sin construir hasta que años más tarde se montó una versión reducida, de dos metros, para la Fundació Antoni Tàpies. El tiempo, como agua que enfría las pasiones, puso a cada uno en su lugar y es hoy a Tàpies a quien celebramos.