Los investigadores temían que el flibanserin, más conocido como la 'viagra femenina', interactuase con el alcohol, por lo que decidieron probarlo en un ensayo clínico. Sin embargo, de los 27 sujetos que estudiaron, solo dos eran mujeres.

Algo que, a juicio de María Teresa Ruiz Cantero, catedrática de Medicina Preventiva en la Universidad de Alicante, "no se entiende" que un medicamento dirigido específicamente a las mujeres se estudiase en una muestra formada mayoritariamente por hombres. Es un caso extremo, pero que ilustra un problema general: la escasa representación de las mujeres en los ensayos clínicos.

La endocrinóloga Carme Valls Llobet señala que ya la fase preclínica de la investigación adolece de este sesgo: "El 75% de trabajos solo están hechos con ratas macho, no con ratas hembra".

La razón, además de por el hecho de que hasta hace no mucho la Ciencia era un ámbito reservado a los hombres, tiene que ver con que testar en mujeres es mucho más complejo por una cuestión hormonal. En este sentido, Ruiz Cantero advierte de que "esta variabilidad hormonal puede interactuar", con lo que sería necesario analizar a las participantes por subgrupos, dependiendo de la fase del ciclo en la que estén, lo cual encarece los estudios.

Sin embargo, la falta de mujeres en los ensayos clínicos tiene consecuencias: hace que en algunos casos estén sobremedicadas y que no se midan bien los efectos secundarios que sufren las mujeres ante algunos compuestos.

Y es que el cuerpo femenino y el masculino son distintos y "un fármaco se metaboliza de forma diferente", según explica Valls Llobet, que pone como ejemplo algunos diuréticos que a las mujeres le producen una pérdida de sal y de sodio mucho más elevada que a los hombres. "Si le das la misma dosis a una mujer, te puedes encontrar de que en ella haya una sensación de que se desmaya y también confusión mental", precisa la especialista.

Afortunadamente, dicen las investigadoras, cada vez más las revistas científicas exigen que exista una diferenciación por sexos en los estudios. Sin embargo, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) todavía no lo hace, aunque el regulador americano empezó a recomendarlo hace ya 30 años.