La ballena franca del Atlántico Norte está en peligro de extinción. Y es una mala noticia para todo el planeta, pues depuran la atmósfera. De hecho, cada uno de estos ejemplares es capaz de secuestrar 33 toneladas de carbono. En otras palabras: estos cetáceos son indispensables para la existencia de ecosistemas sanos. Así lo asegura Carlos Bravo, de Ocean Care España. El experto explica que estos animales mezclan los nutrientes en el océano y promueven el crecimiento de fitoplancton, que produce más de la mitad del oxígeno que hay en el mundo.

La caza indiscriminada durante los siglos XIX y XX diezmó las poblaciones de cetáceos en todo el mundo. Las cacerías cesaron a mediados de los años 80 y algunas especies han conseguido recuperarse. Sin embargo, afrontan nuevos peligros, como los efectos del cambio climático, algo que afecta al principal alimento de las orcas del Ártico y las ballenas jorobadas de la Antártida: el fitoplancton, explica la bióloga marina y responsable de Océanos Greenpeace España, Pilar Marcos. "Tienen que luchar contra la presencia constante de plásticos, vertidos, contaminación", añade.

Las redes de deriva y de pesca es otra de las amenazas a las que tiene que hacer frente. Eso sí, sin dejar de esquivar el intenso tráfico marítimo que, sobre todo en el Mediterráneo, amenaza las poblaciones de ballenas rorcuales y cachalotes. Por ello, Bravo cree que es momento de que se impongan una medida obligatoria de reducción de la velocidad de los barcos para disminuir el impacto de las colisiones y evitar que se den colisiones letales.

La caza, además, sigue permitida en lugares como Islas Feroe. Unos 800 ejemplares tiñen de rojo sus aguas cada año. En este contexto, Marcos cree que la solución para salvar la vida de las ballenas es crear santuarios marinos. "Pequeños hospitales donde puedan recuperarse y alimentarse", añade la experta. Uno de estos refugios marinos está al sur Tenerife. Alberga 26 especies de cetáceos y es el más importante de Europa.