RESTAURARSE O MORIR
El Volkswagen Golf ya no es el rey: el conejito se ha roto la pata y te contamos por qué
Daba igual si te gustaban los coches o no, si entendías de motores o solo sabías dónde estaba el volante: todo el mundo conocía el Golf. Pero eso era antes. Hoy el Golf ya no arrasa, y te contamos por qué.

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Durante décadas, decir “Golf” era decir coche en mayúsculas. El compacto alemán no solo dominaba las listas de ventas en Europa, también era el referente absoluto en su categoría en el resto del mundo. Daba igual si te gustaban los coches o no, si entendías de motores o solo sabías dónde estaba el volante: todo el mundo conocía el Golf. Estaba en todos los foros, en todas las comparativas, en todas las conversaciones de jóvenes, y si encima te gustaban los coches con garra, ahí estaba el GTI para recordarte que un coche compacto podía darte sonrisas por kilómetro.
Pero eso era antes. Hoy el Golf ya no arrasa. El modelo sigue existiendo, claro, pero ha dejado de ser el rey de las carreteras. Las cifras de ventas han caído, la relevancia mediática también, y la calle ya no habla del Golf ni con la mitad de pasión de otros tiempos. Lo que antes era una apuesta segura ahora se ve como una opción más entre muchas en un mercado que ha cambiado por completo en apenas una década.
La pregunta es obligada: ¿qué ha pasado? ¿Cómo se ha desinflado el icono por excelencia del automóvil europeo? ¿Y por qué ya no nos emociona como antes?
Del coche aspiracional al coche funcional
El primer gran cambio lo impuso el precio. Un Golf ya no es ese coche aspiracional que podías permitirte con esfuerzo, sino una compra difícil de justificar para muchos bolsillos. El Golf básico supera como si nada los 27.000 euros, y si hablamos de versiones GTI o R, hay que preparar más de 40.000. Ese salto lo ha alejado de su cliente tradicional, el joven que quería algo resultón y a su alcance.
Además, los compactos han perdido terreno frente a los SUV. Lo que antes era el segmento estrella ahora se ha convertido en una categoría “de nicho” para compradores más fieles o más informados. Mientras el T-Roc y el Tiguan se venden como churros, el Golf se queda rezagado, sin el gancho de la altura, sin el efecto "coche moderno" que ofrecen sus hermanos elevados.
También está la evolución interna. El Golf se ha vuelto más serio, más aséptico. Es demasiado digital, demasiado sobrio. Las pantallas lo dominan todo, y la conexión emocional con el coche ya no existe. No es solo una cuestión de nostalgia: es que el nuevo Golf ya no transmite lo que sí transmitían las generaciones IV, V o incluso la VII. Donde antes había tacto, ahora hay menús. Donde había deportividad contenida, ahora hay burocracia digital.
El peso de las regulaciones y el olvido del placer
Las normativas europeas de emisiones y seguridad han sido otro clavo en el ataúd del Golf tal y como lo conocíamos. Los hot hatches han engordado, se han complicado y han perdido la frescura. El Golf GTI, que durante años fue sinónimo de ligereza y diversión con tracción delantera, ahora es un coche que coquetea con los 1.500 kilos, lleno de asistentes, ayudas y capas electrónicas que, aunque útiles, alejan al conductor del asfalto.
No solo pesa más: también está más encorsetado. La diversión ha quedado relegada a un plano muy secundario. No es casual que otras marcas como Hyundai hayan conseguido que su i30 N despierte más interés que el propio Golf GTI entre los entusiastas. Tampoco lo es que Toyota, con un Yaris GR sin complejos, haya robado titulares y portadas que antes eran patrimonio del Golf.
Todo esto tiene una consecuencia clara: los aficionados se han ido. Los foros ya no hablan del Golf. Las revistas lo prueban sin entusiasmo, y en redes sociales, cuando se menciona, suele ser para criticar su precio, su interfaz o el hecho de que ha perdido la chispa. El Golf ya no es el conejito que saltaba por encima de todos (por algo lo llamaron Rabbit en EE. UU.), sino un coche más que corre detrás de su propio mito.

¿Hay futuro para el Golf?
Volkswagen lo sabe aunque no lo diga abiertamente. El rediseño del Golf 8.5 con botones físicos de vuelta y una interfaz más tradicional es una respuesta clara al descontento. Pero puede que ya sea tarde. El mercado se ha movido, los gustos han cambiado y la marca parece centrada en electrificarlo todo, incluso si eso significa dejar atrás parte de su esencia.
La llegada del Golf eléctrico, previsto dentro de la familia ID, es una señal de los nuevos tiempos. Pero, ¿puede un Golf sin motor térmico y sin sonido ser el mismo coche? ¿Puede heredar algo más que el nombre? La historia está por escribir, pero todo apunta a que el Golf será, como mucho, un recuerdo reinterpretado.
Quizá el mayor problema es que el Golf dejó de pelear por ser divertido, de querer emocionar. Se obsesionó con ser correcto, con cumplir, con homologarse. Como con la autoestima, si no te gustas a ti mismo, los demás actuarán en consecuencia. Así que sí: el Golf ya no es el rey, y lo más triste es que, en parte, ha sido por decisión propia.
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