ESA SENSACIÓN DE DÉJÀ VU
Lo mejor del coche nuevo… ya lo tenías en el viejo
Suspensiones que se adaptan, faros que giran o motores con ayuda eléctrica ligera: todo eso, de un modo u otro, ya lo habíamos visto. La diferencia es que antes venía de serie en un Citroën DS de los 60, y ahora lo pagas aparte.

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No es que estemos en contra del progreso, pero a veces uno no puede evitar preguntarse si todo esto que llaman innovación no es, en realidad, un bonito envoltorio para algo que ya conocíamos.
Tomemos como ejemplo las suspensiones pilotadas. No hace tanto eran patrimonio de berlinas francesas que flotaban sobre baches como si fueran lanchas. Hoy, esa comodidad cuesta: cientos de euros por amortiguador si lo quieres en un compacto deportivo, o un pack especial si vas a por algo eléctrico. Con la iluminación adaptativa pasa lo mismo: antes, mecánica y efectiva; ahora, LED, bonita, cara y opcional.
Sí, los híbridos ligeros también entran en este club. Un apoyo eléctrico que hace lo justo para ahorrar sin transformar el coche en un enchufable. Hace años lo hacía un Honda Insight con más modestia, pero sin disfrazarse de tendencia ecológica. Hoy, esa "ligereza" cuesta miles de euros y, para colmo, no siempre la notas en la conducción.

Tecnología vieja, etiqueta nueva
Lo curioso es que muchas de estas tecnologías no solo existían, sino que funcionaban sorprendentemente bien. ¿Recuerdas esos faros que seguían las curvas en un Citroën SM o los amortiguadores que se endurecían en función de la carretera en algunos BMW de los 90? No era magia, era ingeniería aplicada. Pero ahora, con más sensores, más software y más marketing, todo eso ha vuelto… pero como si fuera nuevo.
La clave está en cómo se vende. Antes, estas soluciones eran parte del carácter del coche: definían su estilo y aportaban valor real. Hoy, se esconden detrás de nombres comerciales rimbombantes, aparecen como extras en los configuradores y se asocian a paquetes que encarecen el coche hasta lo absurdo. ¿Innovación? A veces sí. ¿Inflación de expectativas? También.
Porque no solo ha cambiado la tecnología, también ha cambiado la manera de presentarla. Lo que era parte del conjunto, ahora es parte del negocio. Incluso marcas generalistas han aprendido a trocear la oferta para que cada extra se convierta en un margen más alto, y nosotros, los conductores, muchas veces lo compramos creyendo que estamos a la última, cuando en realidad solo estamos pagando por recuperar lo que antes era normal.

¿Retrovisión o resignación?
Quizá esta sensación de que “lo mejor del coche nuevo ya lo tenías en el viejo” no sea una crítica, sino una advertencia. No todo lo que brilla es vanguardia, y no toda etiqueta “smart” mejora la experiencia al volante. A veces, mirar atrás sirve para entender que no vamos tan rápido como creemos, o que simplemente estamos recorriendo el mismo camino con un GPS más caro.
No se trata de despreciar el avance (los coches de hoy son más seguros, más eficientes y están más conectados que nunca), sino de reconocer que parte de ese progreso también consiste en redescubrir cosas que ya estaban ahí. Eso sí, con un precio nuevo, un nombre más sofisticado y, a menudo, una utilidad que no siempre justifica el gasto.
Así que la próxima vez que te digan que el coche del futuro ya está aquí, piensa si no será el del pasado con luces LED, una pantalla enorme y el mismo espíritu (eso sí, más caro). Porque al final, como en la moda, lo que fue tendencia siempre vuelve. Sólo que en el coche, vuelve con recargo.
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