El otro día, Pablo Casado, en un ejercicio más de postureo derechil, animó a los españoles a sacar banderas a los balcones con un crespón negro, como si el trapo rojigualda inmunizase contra la pandemia que asola el mundo. Ya puesto, y con las pocas luces que caracterizan al personaje, pidió que las banderas ondeen a media asta en los sitios oficiales ¿Qué sería de un facha sin su bandera facha? Pues eso.
Porque no hay que olvidar que la bandera rojigualda es la bandera de los fachas aunque, para defender su ilegitimidad, los fachas nos digan que la bandera rojigualda es la bandera española, la de toda la vida, ya que, fue adoptada como pabellón nacional en 1785, mucho antes de que la II República tiñese de violeta la franja inferior.
La Historia, nuestra Historia con mayúsculas, no hace trampas y, si bien, es cierto que la bandera rojigualda existía mucho antes de que la II República la cambiase, fue el ejército franquista el que simbolizó su masacre con los colores rojigualdas. Desde aquel momento, la instrumentalización de la bandera rojigualda hizo de ella un símbolo fascista. Aunque cambiasen el escudo de la gallina por el escudo borbónico, esto no fue más que un detalle cosmético por el cual los fachas impusieron los colores en su trapo.
Vamos con otro ejemplo de instrumentalización. La esvástica, sin ir más lejos, siempre fue un motivo común en la cultura clásica romana o en la cultura hindú, así como en algunas tradiciones paganas que la identificaban con la rueda zodiacal. La esvástica existía mucho antes de que Hitler naciera. Lo que pasa es que el nazismo la instrumentalizó, apoderándose de ella y convirtiéndola en un símbolo criminal.
Hoy en día, es difícil que alguien luzca una esvástica y no sea un nazi, de la misma manera que si alguien luce la hoz y el martillo es difícil que no sea comunista. Sería absurdo decir que uno luce el símbolo de la hoz y el martillo porque su padre era metalúrgico y su madre campesina, de la misma manera que sería absurdo decir que uno luce la bandera rojigualda por ser español. Quien lleva la bandera rojigualda es un facha, no falla. Hagan la prueba y pregunten a sus vecinos, esos que ponen a sus perros la bandera por collar o lucen las fachadas rojigualdas. Se darán cuenta de que siempre encontrarán motivos para revelarse como personas de derechas, es decir como fachas.
Pero estas cosas no dejan de ser nimiedades, asuntos de trapitos, puro atrezo para el espectáculo de los ignorantes. Lo que no se puede consentir es que los fachas, además de instrumentalizar símbolos, lo hagan con personas que ya no están y cuya conciencia crítica queda muy lejos de la derecha. Un claro ejemplo de esto lo estamos viviendo con la instrumentalización del periodista Manuel Chaves Nogales, un hombre republicano que nunca apoyó la masacre del pueblo a manos de un ejército asesino tras el golpe de Estado de 1936.
Los fachas, al carecer de referencias culturales que justifiquen su retraso intelectual, han echado mano de uno de los más grandes cronistas que ha dado nuestra tierra; un sevillano que murió en el exilio londinense y que, por ello, es empleado como un hombre perteneciente a ese invento derechil que llaman "la tercera España". Porque sólo hubo dos Españas, las mismas que hay ahora. Por un lado la España legítima, la que es pueblo y que soporta el peso de esa otra, es decir, de la España de los privilegiados, herederos de los vencedores de la Guerra Civil. Y Chaves Nogales pertenecía a la primera, aunque muriese en el exilio como Max Aub, Antonio Machado y otros muchos republicanos.
Hay asuntos que van más allá de los trapos y que no se pueden consentir, y la instrumentalización de Chaves Nogales por parte de la derecha es uno de ellos. Pero para salir de dudas, lean sus cuentos de guerra recopilados por la editorial Libros del Asteroide bajo el título "A sangre y fuego". Son relatos basados en hechos verídicos. Léanlos y luego reflexionen si no quieren terminar aplastaditos por su propia ridiculez, como le pasa a Pablo Casado.