Ayer fue Torre-Pacheco, mañana será Fuenlabrada o Gerona si todavía hoy no ha estallado alguna más en Algeciras. Lo de la multiculturalidad es un mito que se derrumba a cada instante. El capitalismo se encarga de ello. Porque en momentos de crisis económica como el que estamos viviendo -aunque desde el Gobierno se empeñen en decir lo contrario- la válvula de escape es la caza, ya sea de rojos, de maricones, de gitanos o de moros. Pero, vamos a analizar la situación de lo ocurrido en Torre Pacheco, donde un hombre salía de paseo y unos energúmenos lo lincharon, así, por las buenas. Pudimos ver las imágenes.

Por si fuera poco, con esta ración de violencia moruna, la llama del fanatismo se avivó y durante varias noches las venas del dragón español se incendiaron con la rabia. La cacería dio comienzo y justos por pecadores apoquinaron un poquito de la crisis que venimos padeciendo desde que el trauma del covid infló los precios y convirtió en mercancía los pocos derechos que nos quedaban. Pero no conviene salirse del guion, no vaya a ser que las próximas elecciones las gane la "otra derecha". Esa es la consigna. Así que, a por los 'mojamé' durante unos días y así el temita de Torre-Pacheco sirve como arma de distracción masiva. Hay que ser muy lerdo -o muy lerda- para no darse cuenta de lo que está sucediendo.

Porque la historia de la humanidad es la historia de la emigración. La gente huye de la guerra, de la ruina que trae la pobreza; la gente huye y lleva huyendo de sí misma toda la vida. Si mañana se descubriera una nueva fuente energética en el mismo sitio donde ahora estamos sentados, entonces solo nos quedarían dos posibilidades. Una sería enfrentarnos a las corporaciones que quieren echarnos de nuestro sitio, la otra sería huir, que es lo que hace la mayoría de la gente.

Quien no entienda esto, quien todavía no lo sepa o no lo intuya, es que tiene el cerebro anabolizado como para entrar a formar parte de un escuadrón nazi de esos que funcionan desokupando pisos. Luego está la falta de cultura de raíz política, la que nadie enseña en nuestras escuelas y que nos dice que toda civilización es susceptible de retroceso; la civilización islámica es el ejemplo. Porque desde la batalla de Guadalete en 711, hasta que Europa se abrió al Atlántico en 1492, los árabes dominaron nuestra Edad Media; nos daban lecciones numéricas, comerciales y culturales, así como de botánica e higiene entre otras muchas disciplinas. Su exquisitez era tan envidiada como temida. Pero, a partir de 1492, la cosa fue degenerando hasta hoy. Y nuestra civilización no va muy descaminada a seguir la misma deriva.

Con lo de Torre Pacheco hemos asistido a tertulias televisivas y también a alguna que otra columna periodística cargada de patrones interpretativos rancios y valores simples de lo que se viene conociendo como "modo 'cuñao'" y que distingue al pensamiento más primario.

No hay que olvidar, en este descargo, la doble moral y, por extensión, la doble contabilidad. Por un lado abrir las fronteras para recibir mano de obra barata que pasa de inmediato a formar parte del ejército industrial de reserva y que, en su aspecto lumpen, trae beneficios y trabajo a la policía y a los forenses, eso sin olvidar que cuando estalla el asunto -como ha ocurrido en Torre-Pacheco- sirve para distraer a un gobierno agónico. Por otro lado, la denuncia y la caza, el racismo y el dominio identitario. Y aquí nos vamos a parar, porque, en estos días de calor y venganza, he estado leyendo las memorias de Robert Graves.

Se titulan 'Adiós a todo aquello' (Alianza) y, en ellas, Graves nos cuenta su experiencia en la Gran Guerra donde estuvo de soldado batiéndose contra sus primos alemanes; por parte de madre recibió sangre germana. Son unas memorias bélicas muy jugosas y entre sus páginas he encontrado un asunto que viene al dedo para esta pieza, y que no deja de ser curioso pues nos muestra la naturaleza del ser humano cuando no piensa por su cuenta. Vamos con ello.

Corrían tiempos críticos y el ejército alemán había llegado a Bélgica, violando su neutralidad semanas después de la invasión ocurrida en agosto de 1914. Cuando cayó Amberes, los sacerdotes belgas que se negaron a tocar las campanas de las iglesias fueron ejecutados, para luego colgar sus cuerpos cabeza abajo de las campanas como si fueran badajos. Con esto, el sentimiento antialemán prendió en la población inglesa y los alemanes residentes en Inglaterra fueron confinados en campos de trabajo. "Están ustedes más seguros dentro que fuera".

De no haber sido así, los alemanes hubieran acabados linchados. Tras la lectura, pensé que ese mismo aspecto es el aspecto que prima sobre todos los demás en este jodido asunto: la naturaleza poco natural del ser humano cuando, en los momentos críticos, se deja arrastrar hasta su raíz más cavernícola y se convierte en masa susceptible de ser manejada por los intereses de un sistema enfermo.

Con todo, me resisto a dar la razón a Hobbes y no me creo que el hombre sea un lobo para el hombre. De ser así, hace tiempo que hubiéramos dejado de existir. Ah, y otra cosa: ser moro no es ningún delito, lo que es un delito es meter una paliza porque sí a un hombre cuando sale a pasear. Y de los moros que trajo Franco ya, si eso, hablamos en otra ocasión.