Aunque ya se habló al inicio de la pandemia, cuando pensábamos que el primer confinamiento era la solución definitiva para acabar con el coronavirus, la vitamina D vuelve a ser protagonista de las portadas de periódicos y medios de comunicación en general.

Según un estudio realizado en hospitales españoles llevado a cabo en más de 400 pacientes, incluyendo enfermos de COVID-19 y un grupo de control, más del 80% de las personas que habían sido hospitalizadas por esta enfermedad presentaban deficiencia en vitamina D. Aunque los no hospitalizados no estaban exento de ello. De hecho se calcula que casi el 50% de la población presenta deficiencia de esta vitamina.

Y la cosa no mejora con la edad. De hecho, según otros estudios realizados sobre población sana, a partir de los 65 años se alcanzan niveles de entre el 80 y el 100% de la población mayor con deficiencia de esta vitamina. Algo que es potencialmente preocupante si tenemos en cuenta las funciones de este nutriente.

Vitamina D, mucho más que calcio y huesos

Si por algo es conocida esta vitamina es por su papel en el metabolismo y la salud ósea. Dicho de otra manera, nos han repetido hasta la saciedad que la vitamina D ayuda a absorber el calcio y a que este se deposite en los huesos haciéndolos fuertes y sanos y evitando (o retrasando lo máximo posible) la aparición de osteoporosis.

Pero sus funciones van mucho más allá en el cuerpo humano. De hecho, además de un nutriente, la vitamina D tiene función hormonal, ayudando a regular determinadas funciones corporales. Incluido el sistema inmunológico y la salud pulmonar. Estudios antes de la época del coronavirus ya relacionaron los niveles bajos de vitamina D con una mayor frecuencia y prevalencia de enfermedades inflamatorias en los pulmones.

Hablando del sistema inmune, esta vitamina tiene un papel fundamental, ayudando a madurar las células de defensa para que sean totalmente funcionales, es decir, nos defiendan de verdad. Por lo que es fácil llegar a la conclusión de que, si no tenemos suficiente cantidad, también se va a ver afectado nuestro sistema de defensa, funcionando de forma incorrecta, y pudiendo hacernos más susceptibles a un empeoramiento en caso de infección por coronavirus.

Vitamina A y E

No es la única. También otras vitaminas están relacionadas con la salud respiratoria y de nuestros pulmones. Esta semana también hemos visto otra noticia de una investigación publicada en la revista 'BMJ Nutrition Preventión & Health' donde relacionaba una ingesta alta de vitaminas A, E y D con menos problemas respiratorios en adultos.

Este hecho nos recuerda y refuerza la idea de que la nutrición, aunque parece algo secundario y que solo comemos para calmar el hambre o para festejar algo, tiene un papel clave en reducir el riesgo de infecciones. Aunque aún no sabemos la forma exacta en que éstas son capaces de estimular la inmunidad y necesitamos investigar más este mecanismo complejo.

Pero no es nuevo. En la legislación de declaraciones saludables asociadas a nutrientes de Europa ya se recogía en el cuerpo de la ley que estas vitaminas ayudaban al funcionamiento normal del sistema inmunológico, y la Asociación Estadounidense de Nutrición sugiere que también pueden ayudar a prevenir infecciones respiratorias. Es decir, que estas últimas noticias no hacen más que aportar más evidencia de la necesidad de una buena nutrición de la población sana, para disminuir el riesgo de infección, así como de la población enferma, para mejorar su recuperación y evitar peores pronósticos y evoluciones de la enfermedad.

¿Dónde encuentro estas vitaminas?

Salvo en el caso de la vitamina D, donde la exposición solar es también clave para su síntesis dentro del cuerpo, en general, en todas ellas la alimentación es fundamental. Una dieta bien planteada, sana y equilibrada es la base para una salud que llegue a alcanzar nuestro máximo potencial.

Pero en concreto, cuando hablamos de vitamina D, los alimentos que más ricos son, a parte de la leche y los productos lácteos, los mariscos, los pescados azules, las carnes y el huevo son buenas fuente de ella. Pero no solo está en el mundo animal. Las setas es otro alimento que es muy rico en esta vitamina junto con los aguacates o el germen de trigo entre otros.

La vitamina A podemos encontrarla en grandes cantidades en el mundo vegetal. Zanahorias, lechuga, batata, el mango o el pimentón son ejemplos de alimentos que nos van a aportar este nutriente. También es rico el aceite de hígado de bacalao o el hígado de pavo, aunque es verdad que no son muy comunes en nuestra cesta de la compra ni nuestros platos. Por lo que, una compra basada en vegetales de color rojo y naranja ya nos va a dar una pista de que vamos a estar tomando este compuesto, ya que, junto otros compuestos, es responsable de este tipo de tonalidades en las plantas.

La vitamina E puede que sea un poco menos conocida, pero no debería, ya que, por ejemplo, nuestro aceite de oliva virgen extra es rica en ella y, a parte de su papel en la inmunidad y en la salud pulmonar, también es un gran antioxidante. La vamos a

encontrar en cantidad considerables en los frutos secos como las nueces, las almendras o las avellanas, o en las pipas de girasol. Y por nombrar algunos vegetales, tanto las espinacas como el brócoli son también muy ricas en este nutriente.

Queda demostrado (otra vez) que la alimentación es una herramienta clave en la salud y la enfermedad de las personas más allá de la obesidad, la diabetes o la hipercolesterolemia. El mito de comer para calmar el hambre, y que comer mal solo se relacione con estas últimas es una barrera que tenemos que derribar y ver más allá. "Somos lo que comemos". Pues comamos salud.