Aunque la operación bikini ya nos queda lejos, y nos acercamos peligrosamente a otro momento del año totalmente diferente (la “operación polvorón”), intentar perder peso y conseguir el famoso “peso ideal” (si quieres saber si existe, no dejes de visitar aquí este artículo que escribí hace un tiempo) es un destino que nos persigue a la gran mayoría de los españoles.

Según una encuesta del Sistema Nacional de Salud, el 90% de los españoles reconoce que alguna vez en su vida se ha “puesto a dieta”. Es decir, que casi todo hijo de vecino ha habido un momento en su vida, o durante el año, que ha notado que “esos kilitos de más” se le han ido de las manos. Pero, en la otra cara de la moneda encontramos cifras devastadoras. El 81% de los españoles fracasa cuando hace dieta, según otra encuesta que hizo SEEDO (Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad) en el año 2015. Dicho de otra manera, 9 de cada 10 españoles alguna vez ha hecho dieta, de los cuales 7 fracasan.

Por qué queremos perder peso

Unas cifras nada esperanzadoras, y que, además, demuestran que algo está fallando a la hora de plantearnos perder peso. De hecho, se calcula que, de media, los españoles declaramos que queremos perder 10 kilos (ahí es nada). Aunque, seguramente, muchos de los casos no se justificado, o, muchas veces, solo nos fijemos en el numerito que indica la báscula sin saber, de verdad, cuánto es grasa y cuándo masa magra corporal.

En las encuestas donde se ha preguntado el por qué de anhelar perder peso, la mayoría de la gente responde que por “sentirse sanos”. De hecho, el 82,8% de las respuestas alegan este motivo según SEEDO. He de confesar que este punto me preocupa mucho. Es verdad que, si hacemos un reduccionismo extremo de la ciencia nutricional, el peso está relacionado con el mayor riesgo de aparición de enfermedades crónicas como la diabetes. Pero, por decirlo de alguna manera, no toda la salud es peso. O, mejor dicho, no todas las personas que están “delgadas” están sanas.

Un 78,8% declara que quiere perder peso para “estabilizar su estado emocional”. Y aquí, en mi humilde opinión, creo que estamos mezclando churras con merinas (o, como diría la gran Yolanda Ramos en la serie Paquita Salas, churros con meninas). Es muy peligroso hacer depender el estado emocional de uno con su peso. El peso es eso, peso. Y como acabamos de decir, depende de muchas cosas. El sentirse bien o mal por lo que marca la báscula es como hacer que nuestro estado anímico depende de si llueve o nieva. Algo totalmente ilógico.

A lo mejor estamos pasándonos con los mensajes que veo en redes sociales de gente, e influencers fit, que te recuerdan constantemente lo felices que son desde que están yendo al gimnasio cada día (¡cada día!) y se han quitado cierta cantidad de kilos. Parece que por ellos no pasan las penas. Pero también parece que no tienen obligaciones en su día a día, ni niños que recoger en el colegio en una hora determinada, ni trabajan 8 horas cada día (en el mejor de los casos). ¿En serio si no como todos los días chía en un bol decorado de tal manera que ya quisieran los anunciantes de cereales, y voy al gimnasio 2 horas cada día, y, además, me da tiempo a subir y retocar fotos a diario con sus correspondientes stories no voy a ser nunca feliz? Amigo, esto se trata de salud, no de felicidad. Aunque cuando estamos sanos, estamos felices por no estar enfermos. Pero no llevemos a extremos esto de la dependencia emocional a temas de peso, porque mal camino llevamos

¿Qué otros motivos alegamos cuando nos preguntan? Un 65,4% para buscar trabajo (madre mía…) y un no desdeñable 58% (uno de cada dos) para mejorar su vida sexual. Sin comentarios. Eso sí, hecho de menos respuestas como “para disminuir el riesgo de diabetes”, “para tener una mejor salud cardiovascular” o, simplemente, “para tener mejor calidad de vida”. Parece que eso es secundario. Y, sinceramente, gran culpa tenemos (me incluyo) los profesionales que nos dedicamos a divulgar sobre nutrición y alimentación. A veces se nos olvida que, a quien nos dirigimos, son personas. Que cada uno tenemos nuestro día a día, nuestras circunstancias, y sobre todo, nuestras limitaciones.

Por qué fracasan las dietas

El primer motivo se encuentra en la palabra en sí, en lo que entendemos por “dieta”. Dieta, como tal, la hacemos todos. Me explico. Dieta significa la manera que tenemos de ordenar los alimentos que nos vamos a comer durante el día. Por lo tanto, como todos elegimos qué nos vamos a comer en cada una de las comidas que hacemos, estamos haciendo dieta (y tu sin saberlo).

Pero, ¿qué solemos entender por dieta? Comer menos, restringir alimentos, y, en definitiva, pasar hambre. Y, en contadas ocasiones, acompañarlo con ejercicio físico. De hecho, a veces, sin darnos cuenta, elegimos: o hacemos “dieta” o “deporte”. ¿Y si hacemos ambas a la vez? De hecho, si lo hacemos de manera simultánea, ni la dieta es tan dieta, ni el deporte, tan deporte. Ni tenemos que hacer una bajada de calorías tan grande, ni tenemos que meternos grandes palizas en el gimnasio como si fuéramos a presentarnos a las siguientes olimpiadas.

Dejando fuera otros factores (porque hay muchísimos: dietas milagro, no acudimos a un especialista y hacemos caso a la vecina, nos “autodiagnosticamos” lo que “nos engorda”, y un sinfín de circunstancias, la mayoría de ellas erróneas), hay algo común y universal cuando nos recortamos el alpiste: el hambre. Ya sea hambre real, o emocional. O ansiedad. Parece que lo tenemos asumido: para perder peso, tenemos que pasar hambre. Es este pensamiento (erróneo) el que hace que dejemos “la dieta” o, incluso, que no la empecemos por miedo.

No me extenderé mucho, porque el tema da para hablar largo y tendido: NO hay que pasar hambre. De hecho, es pasar hambre es un indicador de que la dieta, o, mejor dicho, el tratamiento dietético, está mal planteado. Se trata de cambiar hábitos, de hacer las cosas mejor, de saber qué tengo que comer. Y grabarme a fuego en la cabeza lo de “no hay alimentos buenos ni malos, si no malas alimentaciones”. Ningún alimento engorda, siempre y cuando sepas cuánto puedes o debes comer de él. Y de esto va este blog, de empezar a entender este tipo de cosas. Aunque soy consciente que es un proceso que lleva su tiempo, y, muchas veces, las modas y los mensajes de redes sociales despistan más que ayudan. Pero en ello ando trabajando, en que puedas entender como funciona la nutrición y el cuerpo.

Cómo puedo calmar el hambre

Cuando el hambre aparece sólo hay una manera universal de hacer que desaparezca: meter algo a la boca. Ya sea sólido o líquido. Pero el hambre se calma moviendo el bigote. Ni agujas en las orejas, ni hipnosis, ni otros items que, por norma general, no suelen ser baratos precisamente. Mover la mandíbula. De hecho, de los 12 pares craneales nerviosos que tiene el cuerpo, tres de ellos llegan a la boca. Y por eso, ya sea hambre fisiológica o emocional, algo nos quiere decir el propio cuerpo: cuando movemos la boca y masticamos o tragamos, el hambre se calma.

Pero, como ya te puedes hacer una idea, no es lo mismo calmar el hambre masticando apio y crudités de verduras (vamos, una zanahoria y un pepino cortado en tiras), que con una palmera de chocolate del tamaño de un abanico de los que decoraban los salones de muchos hogares españoles en los 80. Y, como lo normal es que me apetezca más el bollo que la verdura, muchos han optado por calmar sus “ansias” con los líquidos. Porque, quieras que no, en apariencia, parecen (o parecían) más inofensivos. Y digo parecían porque, gracias a una famosa campaña de fotos con terrones de azúcar, muchos han aprendido las calorías y azúcares añadidos ocultos que llevaban muchas de ellas.

Pero, entre todas las bebidas que puedo poner en mi vaso, ¿cuáles son realmente saciantes y no van a sabotear mi dieta? ¡Ay amigo! Si has llegado hasta aquí es porque esperas la receta mágica de qué comprar este fin de semana en el super y ponerte hasta arriba de ello para evitar caer en la tentación y acabar comiendo a dos carrillos, atracando la nevera o el armario de despensa de la cocina. Pues atento, porque la siguiente parte de este artículo te va a sorprender.

Qué bebidas ayudan a calmar el hambre

Fácil: todas. Todas calman el hambre, porque, a fin de cuentas, llenan el estómago. Pero, porque siempre hay un pero, y, en este caso, dos, algunas de ellas vienen bien cargaditas de calorías (seguro que ya lo sabías) y, además, los líquidos duran, por norma general, poco tiempo en el estómago, por lo que al poco tiempo… ¡Tachán! Vuelve el hambre.

Entonces, ¿para qué has escrito este artículo? Principalmente para que, cuando queramos calmar el hambre a base de tragos, sepamos cuáles pueden ser las mejores opciones, ya que, tengo que reconocerlo, como truco, por ejemplo, de la una y media de la tarde, para llegar a la hora de comer sin picar, a veces, sirve. Atento a las siguientes recomendaciones:

1. Agua

Universal, acalórica, inodora, incolora e insabora. Como hemos dicho, calmar el hambre puede ser tan sencillo como “llenar el buche”, y, beberte un par de vasos de agua puede ser una opción momentánea. Muy momentánea, ya que el cuerpo aquí no tiene nada que digerir. Se absorbe tal cual entra. Por lo tanto, poco vamos a tardar en que vuelva a aparecer el hambre. He de reconocer que en más de una reunión, de las que están cerca de la hora de comer y se alargan más de lo que mi cuerpo quisiera, he bebido agua para calmar el agua y esperar un poco a salir y comer algo. Y todo ello, sin añadir calorías innecesarias. Eso sí, las visitas al WC por la tarde fueron frecuentes.

2. Leche

Por mal vista que esté por muchos, ya sea por la lactosa o porque “somos el único animal que toma leche después del destete” (¡qué manía con esto! También somos los únicos en comer huesos de santo el 1 de noviembre, pero de eso no renegamos), la leche tiene un alto poder de saciedad. Su densidad, así como los nutrientes que aporta, como sus proteínas y su grasa, tendrán “entretenido” al cuerpo durante un rato bastante considerable. Además, de entre todos los líquidos, y siempre detrás del agua, para mi sería el líquido de elección. De hecho, se considera uno de los alimentos más completos para el ser humano. Por lo tanto, si engaño al hambre, que sea con cabeza y con nutrientes que le van a venir bien.

3. Café y té

El clásico café de media mañana o el té de media tarde puede ser una estrategia a tener en cuenta. Tienen sabor (cosa que se agradece también a la hora de callar al cuerpo), tienen casi cero calorías, siempre y cuando no viertas el azucarero encima de ellos, y, si le añadimos leche, nos saciará todavía más. ¿Contra? Su poder excitante y que, si los tomamos en ayunas y somos de estómago sensible, puede causarnos algún trastorno a largo plazo. Por lo que no sería mala opción acompañarlo con algo de masticar. Eso sí, también saludable para no deshacer lo conseguido.

4. Zumos

Sí, los zumos no deben sustituir nunca a la fruta entera y fresca. No, no es algo que puedas hacer todos los días. Si, tienen un índice glucémico mayor al de la fruta. Pero seamos honestos, saciar, sacian el hambre. Y con un aporte energético no demasiado elevado. Por lo que, de vez en cuando, cuando el hambre aprieta, si no tenemos a mano las opciones anteriores, un zumo tampoco va a suponer que tiremos por la borda nuestro estilo de vida saludable. Además, si contienen pulpa, mejor que mejor, ya que ayuda a que sean más saciantes.

5. Refrescos light y sin azúcar

Si, has oído (o leído) bien. Refrescos. Pero, claro está, aquellos que no tienen ni calorías ni azúcar. Aunque no es tampoco una opción para todos los días e, incluso, tenemos que tomarlos en menor cantidad que los zumos, es algo que también puede ser, en un momento puntual, de gran ayuda. Su sabor dulce, además de su capacidad de llenar el estómago, son aliados para calmar el hambre. Y no, los edulcorantes no son el demonio. Son seguros (como concluye este consenso científico publicado el año pasado) y son uno de los aditivos más evaluados a nivel nacional, europeo y mundial.

Pero, si has llegado aquí, además de estos 5 líquidos que pueden sacarte de un apuro, en un momento determinado, si sueles tener un hambre voraz y contínuo, deberías reflexionar. Porque, o tu alimentación no está bien planteada, o la ansiedad está llamando a tu puerta. Y esto, mi querido lector, no hay líquido (ni sólido) que lo solucione. Pero sí un buen profesional cualificado.