En toda la historia de la nutrición y la alimentación, cada cierto tiempo hay un alimento que se pone de moda. Aunque en los últimos tiempos esto ocurre cada vez más a menudo con la influencia de las redes sociales e internet. Desde el aguacate, al aceite de coco, la soja o los dátiles deshidratados. Nuestras cocinas y nuestras recetas han sufrido en cosa de pocos años un giro de 180 grados.
Era cuestión de tiempo que también sucediera en el desayuno, especialmente después de que nos descubrieran que los cereales (mal llamados “de desayuno”), las magdalenas, los sobaos o las aparentemente inofensivas galletas maría no eran la mejor opción y, sin darnos cuenta, estábamos duplicando y triplicando la cantidad de azúcares libres que las organizaciones científicas y de salud de todo el mundo recomendaban. Necesitábamos una alternativa para el desayuno y algún alimento que viniera a ocupar este lugar.
Uno de los primeros alimentos en ascender en el candelero de los alimentos de moda fue la avena. Además de descubrirnos lo que era el porridge (gachas de avena con leche o bebida vegetal, dicho de forma muy resumida), se alzó como el cereal estrella de las recetas fit. Parecía que no había nada de lo que antes comíamos que no tuviera una versión “avenizada”. También apareció el aguacate como parte de los desayunos más chic y fotografiables para Instagram.
El último en aparecer fue la granola. Primero hecha por nosotros mismos en casa, y poco después dio el salto a los estantes de los supermercados. Porque otra cosa no, pero la industria es muy sensible a estas modas y no tarda en ofrecernos opciones de fácil consumo, donde no tengamos que cocinar y perder el tiempo. Pero ¿qué es la granola? Y lo más importante, ¿es tan sana como la pintan?
¿Qué es la granola?
Aunque nos suene como un invento nuevo, derivado de la locura de buscar alternativas sanas para nuestros desayunos, la verdad es que el origen de este producto se remonta al siglo XIX, cuando en 1863 James Caleb Jackson, un médico, inventó un producto que llamó “granula”. De hecho, este invento se le considera como el primer cereal manufacturado y consistía en una masa hecha de harina rica en fibra con forma de bolitas que había que rehidratar horas antes de poder ser comidas.
A partir de este invento, el médico John Harvey Kellogg copió esta idea y creo sus propios cereales con el mismo nombre, lo que llevó a una guerra de denuncias entre ellos, por lo que el Sr. Kellogg rebautizó a su “invento” con el nombre de granola. Algo que, como podemos imaginar, cambiaría la idea de cómo es un desayuno para muchas personas.
Hoy en día la granola, salvo para Australia y Nueva Zelanda que son una marca registrada para un producto parecido al muesli de toda la vida, es una mezcla de cereales, sin especificar cuáles, o sea, que puedes poner el que quieras, con frutos secos y frutras. Pero con un claro punto diferencial: la textura extra crujiente que se consigue al hornearlo todo y al añadir grasas y azúcares.
Por este motivo, la granola suele ser dulce, con una textura de aglomerado ya que los ingredientes suelen pegarse entre sí por los azúcares y las grasas. Por este motivo, es mucho más sabroso al paladar, pero más calórico que el clásico muesli.
¿Es saludable la granola?
Seguramente al leer cómo se inventó y a qué hace referencia el término de granola se te haya caído el mito de que no es tan sana como la pintan. Especialmente si la compramos en el supermercado ya que, normalmente, estamos acostumbrados a que tengan un extra de azúcar o grasas respecto a las que podemos hacer en casa.
Las granolas que se venden en nuestro país, si comparamos unas con otras, llevan diferente cantidad de azúcar añadido según las diferentes marcas. Pero la clave está en buscar aquellas que son sin azúcar añadido. Recordemos que la recomendación es eliminar al máximo los azúcares añadidos en los alimentos habituales de nuestra dieta.
Además, si dejamos de consumir cereales “de desayuno” porque los consideramos poco saludables para pasarnos a una granola que vengan con azúcar añadido, como dice el refrán popular: estamos haciendo un pan con unas tortas.
Tampoco podemos pretender que sean 0% azúcar cuando miremos la tabla nutricional, ya que va a haber azúcares intrínsecos, es decir, presentes de forma natural, en algunos ingredientes de este producto, como son las frutas, los cereales integrales y los frutos secos. Pero no por ello significa que no pueda haber opciones saludables de granola para nuestros desayunos.
Composición nutricional de la granola
De forma general, para las granolas bien planteadas y saludables, podemos decir que este alimento es rico en energía, ya que hablamos de casi 490 kilocalorías cada 100 gramos de producto. Pero no nos tenemos que quedar solo con esto, la salud y nuestra dieta no son solo calorías. Más bien debemos de analizar de dónde vienen esas calorías.
Es verdad que también es rico en grasas (casi 25 gramos por 100 gramos de granola), pero fundamentalmente aporta grasas poliinsaturadas y monoinsaturadas, es decir, grasas cardiosaludables y de buena calidad nutricional. Lo que puede suponer un buen aporte a primera hora de la mañana o en una merienda, o una media mañana.
Aunque es rica en hidratos de carbono (sus ingredientes son ricos en hidratos de carbono) y en azúcares, pero hay que tener en cuenta que, si está bien hecha, son azúcares intrínsecos. Dicho de otro modo, de los que no aplican en la recomendación de reducir el máximo posible. No solo eso, la granola aporta también una gran cantidad de nutrientes, ya que utilizamos granos y cereales completos, y, con ello, una gran cantidad de fibra. Aproximadamente 8,6 gramos por cada 100 gramos de granola.
Gracias a los frutos secos, granos y semillas, también podemos decir que es un producto rico en proteínas (casi 15 gramos cada 100) y muy bajo en sal (0,06 gramos). Por lo que, si tenemos que concluir algo, diremos que, la granola sí puede ser una buena opción para el desayuno, pero observando que no vengan cargadas de ingredientes extra indeseables como azúcares, grasas, jarabes, melazas, dextrinas o toda la lista que ya sabemos que no tiene que aparecer.