Todos podemos ser turba. Incluso creyendo que actuamos de manera correcta. Incluso sin ser conscientes de serlo y legitimando actos tan despreciables como el que creemos denunciar. Sin tiempo para la reflexión y pararse a pensar hacemos más grandes actos que sin nuestro concurso pasarían desapercibidos. La historia de una estudiante de enfermería con COVID que aguanta de manera estoica los intentos de sus tres compañeras para echarla del piso es uno de esos momentos en que movidos por la empatía hacía una actitud injusta acabamos convirtiendo en otro acto de injusticia.

Todos los que tenemos cuentas en Twitter pudimos asistir a la conversación privada de cuatro compañeras de piso. Y reímos, y nos indignamos, y lo comentamos, muchos lo difundieron, y todos hicimos que una situación privada acabara convirtiéndose en pública. Asistimos en tiempo real a los miedos, la falta de empatía y la actitud cruel de tres compañeras con una chica que había dado positivo por COVID y nos creímos con la condición adquirida de juez que decide lo que está bien y mal. Y sentenciamos. La justicia popular consideró a Elena la víctima de tres compañeras insolidarias e infames.

Todos aquellos que se solidarizaron con Elena lo hicieron por una buena causa. Actuaban contra la estigmatización de una persona con la enfermedad por la actitud injusta y egoísta de sus tres compañeras. Pocas dudas hay sobre quién actuó mal en esa conversación privada que no teníamos derecho a escuchar. Pero la turba no actúa en positivo, una víctima precisa de un victimario y un juicio precisa de una condena. La turba, una vez creada, adquiere vida propia, y la historia precisaba identificar a esas compañeras que habían perturbado la vida de nuestra nueva heroína. Se comenzó a buscar e identificar a esas tres chicas que salían hostigando a Elena en esa conversación de whatstapp. La turba quería ajusticiarlas en la plaza pública. Se las había condenado y tenían que purgar su pena.

Todo mal. Ya no hay vuelta atrás. La falta de reflexión y la inmediatez con la que decidimos lo que esta bien o mal nos impide acertar con nuestras decisiones y convertirnos en turba. No está bien difundir conversaciones privadas. Elena se equivocó. Pero es que no está bien escuchar conversaciones privadas, no deberíamos hacerlo cuando alguien difunde esas conversaciones. Está peor aún difundirlas y hacer que la bola crezca hasta convertir a tres chicas de 19 años en un objeto de caza. Las tres compañeras de Elena se equivocaron, fueron egoístas, como todos lo hemos sido en la vida alguna vez. Pero nadie merece que un error fruto de la ignorancia y el miedo tenga que ser juzgado por la turba y perseguirlas como si hubieran cometido un crimen. Porque también nos equivocamos todos y cada uno de aquellos que escuchamos esa conversación privada y no queremos que se nos busque, persiga y hostigue, porque también se equivocó Elena al difundir esa conversación. No conozco a Rocío Piso, pero he acabado sintiendo empatía por una chica que la cagó y que acabó siendo un objeto de odio para la turba. Una turba de la que también formé parte porque escuché su voz sin tener derecho a ello. Lo siento, Rocío.