Ha sido un fin de semana completo para evidenciar la situación anómala en términos democráticos que vive este país. El escándalo impostado sobre las palabras de Pablo Iglesias que dicen lo obvio, sin que eso implique que no somos un Estado democrático, han envejecido mal en tan solo unos días. Si por plenitud democrática entendemos ir a votar y aceptar los resultados que emanan de las urnas no hay demasiado debate. Este mismo domingo hay una muestra. Pasemos página que somos el país número 22 en calidad democrática según un índice de The Economist. Circulen. Vivimos en subnormalidad democrática.

La Policía Nacional en Linares utilizó munición real contra los manifestantes que protestaban por el hecho de que dos policías de paisano apalearan a un hombre y a su hija menor después de pasarse de frenada con el alcohol. Munición real contra manifestantes, en España en 2021. Sin que nadie haya asumido responsabilidades. El ministro del Interior sigue en su cargo y todavía no ha dado explicaciones sobre unos sucesos tan graves. Esa subnormalidad democrática también es que el partido que cogobierna con el PSOE no haya pedido a estas alturas ninguna responsabilidad ni explicaciones al ministro del Interior del gobierno del que forma parte. El silencio es ya atronador.

Se autorizó un acto de exaltación nazi en Madrid en el que una de las oradoras dijo "El judío es el culpable, el enemigo será siempre el mismo", ante la presencia de un cura que asentía y 300 nazis que hacían el saludo fascista. El escándalo provocó que las comunidades judías protestaran, que la Comunidad de Madrid denuncie a la Fiscalía y que todos griten ¡Qué escándalo, qué escándalo! Aquí se juega. No habría habido problema si cambiamos judíos por inmigrantes, moros o republicanos. Eso se permite y tolera. Solo una semana antes se publicó que el Secretario de Organización de VOX en Barcelona era un nazi con vínculos con Hezbollah sin que nadie levantara la voz y uno de los miembros del partido que celebraba el triunfo de VOX en la sede hacía homenajes a Rudolf Hess en Wunsiedel hace unos años. 11 diputados tienen en Cataluña, no son solo 300 en una manifestación. Subnormalidad democrática.

La asesora que presionó para que se falsificara un papel que pudiera probar que Cristina Cifuentes había realizado un máster que nunca realizó ha sido condenada a tres años, la profesora que fue presionada a un año y medio y la persona que se aprovechó del regalo del máster que nunca realizó y del papel que le sirvió para eludir la responsabilidad por el regalo se fue de rositas. Seguirá sentada en su silla en la tertulia sentando cátedra y dando lecciones de moralidad gracias a sus amigos Risto Mejide y Ana Rosa Quintana. Un día después los mossos entran en la Universidad de Lleida para detener a Pablo Hasél y ser llevado a la cárcel a cumplir su condena por enaltecimiento de terrorismo e injurias a la corona por sesenta tuits. Tuits. Le han condenado por sesenta tuits. Para opinar es preciso conocer los hechos.

De jueces y subnormalidad democrática tenemos mucho camino recorrido. Un juez en el País Vasco se permite el lujo de ir contra el Estado de alarma y anula la restricción a la hostelería para tomarse unos vinos mientras en una tertulia dice que los epidemiólogos son médicos con un cursillo. La soberbia de quien se cree por encima del mandato democrático. Mientras, el Consejo General del Poder Judicial sigue bloqueado por el partido que está dirimiendo estos días si negoció con Luis Bárcenas por medio de Enrique López, el negociador del CGPJ con el PSOE, para obstruir el recorrido judicial de la causa sobre los papeles y la caja B del Partido Popular. El mismo partido que montó una estructura parapolicial para secuestrar a la mujer de Bárcenas y robarle pruebas. El mismo partido que usó fondos reservados para que el chófer de Bárcenas le espiara. El mismo partido que exige para renovar el máximo órgano de los jueces que el partido que está en el gobierno no esté representado. El mismo partido que controla el máximo órgano de los jueces. Subnormalidad democrática.