España
Jardines Majorelle, una pintura exuberante
Un remanso de paz en la bulliciosa Marrakech
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Lejos de las tortuosas calles de la Medina, del bullicio del zoco o después de tomar un café, desde cualquiera de las terrazas que dan a la plaza Jemaa el-Fna; en la parte nueva de Marraquech, en Guéliz, nos encontramos ante un recinto protegido por muros de tierra y que en su interior protege una ordenada y exquisita naturaleza, los Jardines Majorelle. Si estamos alojados en la zona céntrica de la ciudad, la mejor forma de llegar es con un taxi o en calesa, aunque este medio de transporte es un poco más caro y más lento. En este espacio reina la tranquilidad, los caminos serpentean entre árboles y plantas exóticas, con estanques llenos de nenúfares y lotos donde nos acompaña el murmullo de las aguas y el canto de los pájaros. El pintor Jacques Majorelle, que ya vivía en el protectorado francés de Marrakech recuperándose de una tuberculosis, compró en 1922 un terreno en el palmeral para construir su casa e instalar su estudio. Amante de esta ciudad y apasionado por la botánica, durante cuarenta años fue formando un jardín con diferentes ambientes, una exuberante vegetación que le serviría de fuente de inspiración para sus obras. Desde 1980 pasó a ser propiedad del diseñador de moda Yves Saint Laurent y su pareja, Pierre Bergé, que lo restauraron conservando el espíritu del pintor, introdujeron nuevas especies, transformaron parte de la casa en un museo de arte islámico, además de recinto de su colección personal de objetos de Asia y Ýfrica. Actualmente, cuenta con una impresionante colección de cactus, bambús, buganvillas, nenúfares, jazmines, yucas… junto con otras especies vegetales traídas de los cinco continentes, muchas de ellas en macetas de color azul majorelle que provocan un llamativo contraste con la vegetación; sin olvidar las más de quince especies de pájaros autóctonos que tienen su hogar en este paraíso. Lugar idóneo para disfrutar de un día al aire libre y descansar del ajetreo de la ciudad o del esfuerzo mental que supone regatear con los vendedores del zoco; es el lugar idóneo para relajarnos con este paisaje, tomar un té con menta o incluso comer en la coqueta cafetería que hay en su interior.
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