Los pecados del Vaticano
Iglesia y dinero, la relación tóxica del Vaticano
¿Por qué es importante? Desde San Pedro hasta Francisco, en el nombre del 'Sacrodinero' se han cometido los mayores pecados: especulación inmobiliaria, reconocimiento de dictaduras o asesinatos con la mafia involucrada. ¿Cómo lo gestionará León XIV?

Desde que Jesús echó a los mercaderes del templo para después ser traicionado por Judas a cambio de 30 monedas de plata, la Iglesia y el dinero han mantenido una relación tóxica que ya dura más de 2.000 años.
La época que retrata mejor la difícil compatibilidad entre ambos es el Renacimiento. Pese a adorar a un mesías que predicaba en contra de la avaricia, la Iglesia decidió que era buena idea edificar como Santa Sede una basílica enorme llena de oro y costosas obras de arte. Justo esa que no paramos últimamente de sacar en la tele: San Pedro.
Para financiarla, el papa León X, al que por entonces le faltaba "cash", se puso a vender indulgencias a sus fieles, o lo que es lo mismo, pasaportes directos al cielo a cambio de dinero. Fue entonces cuando apareció un fraile alemán llamado Martín Lutero que, escandalizado, provocó el cisma eclesiástico que, varias guerras después, terminó con la Iglesia dividida en católicos y protestantes y con el saqueo de la propia Roma papal.
Pero no hace falta irse al siglo XVI para ver los efectos adversos que el dinero tiene en los papas y en sus fieles, los encontramos en el propio germen del Estado Vaticano. En 1929, Benito Mussolini firmó con Pío XI los Pactos de Letrán. Con ellos, la Iglesia conseguía un país propio y una dotación de unos 600 millones de euros.
El pago por parte del Vaticano fue reconocer la dictadura fascista. Una relación de conveniencia de la Iglesia con el régimen totalitario italiano que pronto se extendió por Europa, como explica para laSexta Columna el experto en asuntos papales Vicens Lozano: "La Iglesia se ha casado de alguna forma con dictadores a lo largo de la historia. En la época del ascenso del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania y, después, del franquismo en España".
Gracias al dinero que Mussolini entregó al Papa, nació el mayor generador de escándalos de la historia del Vaticano: su banco. Una herramienta que ha servido para especular con bienes bursátiles e inmobiliarios y que utilizó la mafia italiana para lavar su dinero con la colaboración de la curia.
La trama se puso en marcha durante el papado de Pablo VI. Los autores intelectuales del chiringuito fueron el presidente del Banco Vaticano, el obispo estadounidense Paul Marcinkus, y los banqueros italianos Roberto Calvi y Michele Sindona, socios de la 'Cosa Nostra'. Al fallecer Pablo VI, Juan Pablo I fue elegido Papa y quiso convertir el Banco Vaticano en una institución limpia de dinero negro, pero murió a los 33 días rodeado de mentiras. Así lo detalla en nuestro programa Vicens Lozano: "El Vaticano dio la noticia de que, en su muerte, él tenía en la mano un libro sagrado que tienen los sacerdotes para las oraciones nocturnas, pero en realidad lo que tenía Juan Pablo I, era un grueso informe de la banca vaticana que él pretendía reformar".
Años después de la sospechosa muerte de Juan Pablo I, los dos banqueros italianos que lavaban el dinero de la mafia fueron asesinados y el obispo que dirigía el Banco Vaticano se fugó de la justicia italiana, acusado de fraude.
Tuvieron que pasar 35 años hasta que el Banco Vaticano fuera reformado por orden del papa Francisco. El argentino ha intentado tener una relación menos tóxica con el dinero que sus predecesores, prohibiendo las inversiones especulativas. Él llamaba al dinero, "el estiércol del diablo".
Ahora habrá que ver cómo se comporta León XIV. En su vida anterior como Robert Prevost ha pasado años en contacto directo con la marginalidad, pero en su salida al balcón ya ha coqueteado con la riqueza al recuperar la indumentaria cargada de hilo de oro que Francisco rechazó.
Si fuese creyente les diría algo así como que solo Dios sabe lo que hará. Pero he de confesar que escribo desde el lado de los no fieles. Cuando tenía 15 años, de viaje de fin de curso a Roma y ante la ostentosa riqueza del Vaticano, me pregunté: "¿Cómo es posible que me pidan limosna si tienen tanto y tanto oro?". Al igual que San Pablo, sufrí una conversión, pero yo no me caí del caballo, más bien, me subí al del laicismo.