Justo veinte años después del fatídico ataque contra los agentes del CNI en Irak, la historia que conocen los nuevos miembros al llegar guarda todavía una incógnita principal: ¿Quién estuvo detrás del atentado? Las primeras investigaciones llevaron a Flayeh Al Mayali, un intérprete que, explica Eduardo Martínez Viqueira, general de división destinado aquellos días en Irak, "era amigo de Alberto y tenía depositada en él su confianza". 

El ejército español participaba en la reconstrucción del Iraq posterior a la invasión, así que el traductor de Alberto iba a llevarse jugosas comisiones por la construcción de escuelas u hospitales. El periodista Gervasio Sánchez guarda aquellos contratos y sostiene que el traductor, que también llegó a hacerse su amigo personal, se beneficiaba de que los españoles estuvieran en Irak. Sin embargo, aquellos contratos tan lucrativos iban a ser un problema para el traductor, pues manejar tanto dinero lo hacía sospechoso. El general Martínez Viqueira fue uno de los que dudó sobre la implicación del traductor, pues asegura que su testimonio le pareció contradictorio y que después "hubo más informaciones y fue detenido".

El traductor asegura que sufrió maltrato durante los cinco días en los que fue interrogado y después fue encarcelado en Abu Ghraib, la cárcel estadounidense que se había hecho famosa por las torturas a sus prisioneros. Pasó casi un año, hasta que lo soltaron por falta de pruebas. Su liberación causó indignación entre los compañeros de los fallecidos, que seguían convencidos de su implicación.

Hoy, no obstante, los miembros del CNI que se han puesto frente a las cámaras de laSexta Columna no pueden hablar del tema, pues aseguran que "es parte de la investigación declarada como secreta". Mónica García Prieto, por su parte, sostiene que "no fue culpable": "Fue la cabeza de turco contra la que se ensañó un Gobierno que necesitaba una cabeza de turco", afirma la periodista, que asegura no tener dudas "porque hablé con la persona que dirigió el ataque".