El Juicio a las Juntas militares
Argentina, 1985: Memoria, Verdad y Justicia a cuatro décadas del "nunca más"
¿Por qué es importante? Cuarenta años después de arrancar el juicio contra los principales responsables de la última dictadura militar argentina, muchos –empezando por el presidente Milei- pretenden menospreciar las barbaridades de aquel sangriento régimen golpista.

Imaginen que una apacible noche de verano, en medio de la más oscura madrugada, seis o siete desconocidos revientan la puerta de su casa, rompen todo lo que encuentran y le envuelven la cabeza con una capucha antes de meterlo por la fuerza en un coche rumbo a lo desconocido. Intenten hacer, por un segundo, el empático ejercicio de no entender absolutamente nada mientras el mundo se derrumba a su alrededor en esos pocos segundos.
Piensen qué cara de terror se les pondría debajo de la capucha si, después de esta infernal irrupción, al llegar a su siniestro destino, entre teclazo y teclazo de Olivetti, le reciben con un inquietante "ah, ya tenemos a la familia unida".
Sientan los inexplicables golpes en sus carnes. Palos a ciegas durante, pongamos diez días, exigiendo respuestas mientras sólo puede hacerse preguntas. ¿Quién? ¿Qué? ¿Por qué?.
Afinen por un momento el oído para escuchar, entre un océano de desgarradores gritos anónimos, la voz alta y clara de su hijo suplicando auxilio mientras le torturan a muy pocos metros. Si se esfuerzan, tal vez puedan distinguir incluso los chispazos tras las descargas eléctricas que acaba de recibir su pequeño por todo el cuerpo.
Usted no lo sabe, pero es la última vez que va a escuchar con vida a su hijo. El menor. Veinticinco años. Del otro no le darán ni las migajas de un último alarido antes de su desaparición. No está. Ni muerto ni vivo. Desaparecido.
No es ficción. Es la durísima historia real de Lucas Orfanó. Su doloroso testimonio resonó en el Juicio a las Juntas militares en Argentina hace ahora cuarenta años.
Cuatro largas décadas después, en laSexta Columna ponemos el foco en ese momento "único, histórico e irrepetible", como nos lo define el entonces fiscal Luis Moreno Ocampo.
Si les volviera a pedir que se pusieran en una piel ajena, siéntanse como ese joven de treinta y dos años que va a participar por primera vez en un juicio penal pasándole la cuenta de sus crímenes en la cara a aquellos que han sido todo en su país.
Nueve hombres sin piedad, frente a un pueblo huérfilo y sediento de Memoria, Verdad y Justicia. Y Moreno Ocampo, como acusador, asistente del fiscal principal, Julio César Strassera –Ricardo Darín en la premiada película 'Argentina, 1985'-.
Presupongan los nervios del novato frente a los sanguinarios dictadores. La garganta seca y el carraspeo justo antes de preguntar. El terror a sufrir un atentado en medio de las audiencias, y la miradita a los bajos del coche para resoplar de alivio al no ver nada.
Visualicen a una decepcionada madre incrédula ante las sesudas argumentaciones de su retoño. Estremézcanse y remuévanse incómodos del sofá, o de la silla, o del asiento del metro al verse a sí mismos escuchando con lágrimas en los ojos el relato, a escasos metros, de testigos como Lucas. O como Adriana. La primera superviviente que declaró en el juicio.
Tuvo a su bebita estando esposada en la parte de atrás de un patrullero, y quedó durante dos horas colgando del cordón umbilical mientras su madre, llena de sangre, les suplicaba sin éxito que se la alcanzasen. Si vivía, se prometió, lucharía el resto de sus días por hacer justicia. Pudo cumplir su promesa en aquella comparecencia clave, que hizo cambiar de opinión a muchos escépticos. Como la madre de Ocampo.
Luego vendrían más, centenares de testigos. Supervivientes, familiares de desaparecidos, militares rasos que cumplían las más atroces órdenes. "Me determinaban un blanco y yo accionaba las armas", declara Jorge Carlos Rádice, que años después fue condenado a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad.
¿Qué cara pondrían ustedes al escuchar esta afirmación en una sala en la que se juzgan centenares de asesinatos? La de Ocampo pueden encontrarla en Internet.
Búsquenla, y verán el vergonzoso momento del indigno teniente de fragata. El juez le pide un "ejemplo concreto de blancos en los operativos de lucha contra la subversión". Y él dice... una ventana. Nuestro Ocampo le pregunta si alguna vez le fijaron como blanco a un ser humano. Rádice contesta con un "no recuerdo". Su cobardía sólo está a la altura de su maldad.
Historias de dolor y rabia... despreciadas ahora por un presidente negacionista que se empeña en repetir los mantras que los milicos asesinos esgrimieron sin éxito en el juicio. Milei echa un pulso al relato marcado por la histórica sentencia y hace más que evidente la necesidad de mandar al diván a los amnésicos defensores de una dictadura embustera, contra la que la justicia se abrió paso.
Un último ejercicio de imaginación antes de cerrar este artículo, para el que quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad. Están ahora en la grada habilitada para el público. Ya está acabando el juicio, y después de todo lo que han visto y escuchado tienen el corazón en un puño.
Acuérdense de los hijos de Lucas, torturados a pocos metros de su padre. De la bebita de Adriana. De Claudio, al que transmitían corriente eléctrica por un objeto metálico introducido en el ano. De la cobardía de Rádice. De Massera, condenado años después por el robo de niños. O de la altivez del cagón Videla. Piensen en los 30.000 desaparecidos, y repitan con Strassera esa frase que pertenece ya a todo el pueblo argentino: "Señores jueces, nunca más".