Benedicto XVI vuelve a ser Joseph Ratzinger. Deja el Vaticano en helicóptero. Le ha llevado a su nueva residencia: el Castel Gandolfo, donde vivirá durante un par de meses hasta que las obras del convento en el que se instalará definitivamente estén terminadas.

Su último día como Papa ha sido duro. Primero se ha despedido uno a uno de los cardenales que, en su mayoría, ya han llegado a Roma con vistas al nuevo cónclave. Ratzinger ha prometido "obediencia incondicional" al nuevo Papa y una oración por él todos los días.

En el gesto del aún Benedicto XVI no se ha visto reflejado algún tipo de arrepentimiento por su decisión de abandonar su puesto. En todo momento hemos visto a Ratzinger tranquilo e, incluso, sonriente: sobre todo cuando se ha despedido del que, para muchos, lidera las quinielas para sucederle: el cardenal de Filipinas, Luis Antonio Tagle.

Pero no todo iba a ser idílico en sus últimas horas como mandamás de la Iglesia Católica. Ya que Ratzinger se ha encontrado con los que han esperado hasta el último momento para criticarle. El arzobispo de Sidney se ha despachado bien en una televisión australiana, y ha puesto en la mesa un motivo de peso para estar en contra de la renuncia del Papa.

Críticas aparte, poco a poco se van resolviendo algunas cuestiones acerca de su histórica renuncia. Como por ejemplo que el 'anillo del Pescador', el que Benedicto ha lucido en el dedo anular de su mano derecha desde que fuese elegido papa, no será destruído como manda la tradición sino anulado: será rasgado mediante una cruz o una raya de tal modo que quedará inutilizable.

El momento más emotivo de su último día ha sido cuando Joseph Ratzinger se ha despedido de sus miles de seguidores. Lo ha hecho desde el balcón de su nueva residencia y ya como papa emérito.