Parece sereno, pero el lago de Huelva es una bomba dormida, en su fondo, una bolsa de 80.000 metros cúbicos de dióxido de carbono, que un corrimiento de tierra, por ejemplo, podría convertir en una nube letal.
Javier Sánchez, es un científico encargado de desactivar este arsenal, el mecanismo parece sencillo, a primera vista chupar ese CO2 con una tubería del mismo modo que extraeríamos el contenido del fondo de un vaso con una pajita, solo que en este caso, en el vaso hay un veneno capaz de desplazar el oxígeno en cuestión de un instante.
"Es una tubería de unos 70 metros de longitud que conecta la zona profunda del lago cargada en gas con la superficie, genera un gradiente de presión suficientemente fuerte como para que se haga un géiser que generará un chorro de unos tres a cuatro metros de altura", comenta Javier Sánchez.
El resultado, una fuga por gas fluirá de forma controlada, una tarea esencial para conjurar el peligro. En Camerún, en 1986, el escape de una nube tóxica de CO2 mató a más de 1.700 personas. En Huelva, el peligro es mucho menor pero ahí está.
"Hace que el CO2, al ser más denso que el aire que respiramos, se acumule justo por encima de la lámina de agua, de la superficie del lago y pueda en ese instante haber alguna persona", explica Sánchez. Cinco meses tardarán en vaciar ese gas para tranquilidad de localidades cercanas como Puebla de Guzmán.
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