Casi un 25% de los españoles vive con dolor crónico. Noemí es uno de ellas: cuando vuelve a casa del trabajo, son las 16:00 de la tarde, pero el día se ha acabado para ella. "Ya no puedo cocinar, hay veces que no me puedo duchar", explica esta enfermera de 44 años, que sufre endometriosis. Si consigue trabajar, es camuflando como puede un tormento que nunca desaparece, utilizando unos parches de electroestimulación en la zona lumbar.

Para Antonio, el dolor crónico es algo relativamente nuevo. En marzo, tuvo un herpes zóster que le deformó la cara y le dejó la boca llena de úlceras y de llagas, según él mismo relata, y que le atacó también al pecho. Afortunadamente, se fue, pero le ha dejado una sensación de molestia perpetua, "un dolor continuo, variable" que "a veces es moderado, a veces bastante intenso", según explica.

Un dolor que tiene su origen en una lesión permanente de los nervios. El doctor Ancor Serrano, que forma parte de la Sociedad Española del Dolor, detalla que es "como si los cables, que son los nervios, hubieran estado lesionados, que de hecho lo están".

Uno de cada cuatro españoles convive, como Noemí y Antonio, con dolores crónicos. Sin embargo, todavía no se le da socialmente la importancia que tiene y, según los expertos, se consulta tarde al médico, a pesar de que atajarlo pronto es vital. En este sentido, el doctor Serrano incide en que "cuando lleva mucho tiempo aparecen unos mecanismos de memorización del dolor y entonces se mantiene en una alta intensidad".

En el caso de Antonio, ha tenido un diagnóstico rápido de una enfermedad que sí se puede prevenir, pero ahora sufre la incertidumbre de no saber si el dolor se irá o no. "A lo mejor no se va nunca", apunta.

Noemí, por su parte, podría haber salvado muchas facetas de su vida con un diagnóstico precoz: "Las amistades, dificulta mucho tener pareja...", enumera. Su gran orgullo es haber salvado su profesión y estar cursando ahora su tercera carrera, en esos ratos en los que al dolor, que nunca se va, le gana ella.