Shiori Ito se atrevió a lo que pocas japonesas osarían: hablar de su violación públicamente. Denunció a un destacado periodista y lo que podría haber sido el detonante del #MeToo en Japón se convirtió en el escarnio público de su principal abanderada.
Esta periodista freelance, de 28 años, continúa su lucha por concienciar sobre los abusos sexuales en Japón, que comenzó meses antes de la explosión de las acusaciones contra el productor de Hollywood Harvey Weinstein y por la que ha tenido que pagar un alto precio.
"No pude volver a mi propio apartamento en tres meses. Recibí amenazas y comentarios muy negativos" por revelar su historia, contó el pasado febrero en el programa de entrevistas de la televisión sueca Skavlan: "zorra", "prostituta", "deberías estar muerta", son algunos de los mensajes que recibió en redes sociales y correos electrónicos.
El ensañamiento comenzó en mayo de 2017, a raíz de una inusual comparecencia mediática en la que Ito contó que dos años atrás fue violada por el influyente periodista Noriyuki Yamaguchi, exjefe de la oficina en Washington de la cadena japonesa TBS y biógrafo del primer ministro japonés, Shinzo Abe.
Según el relato de Ito, Yamaguchi la llevó a su hotel cuando tras cenar y tomar unas copas perdió el conocimiento -lo corroboraron las cámaras de seguridad y el taxista que los condujo hasta allí-, donde se despertó horas después con él sobre ella, desnuda y dolorida.
Tras una "traumática y humillante" investigación en la que los agentes le dijeron que las violaciones son "cosas que pasan a menudo, pero difíciles de verificar" y durante la que le hicieron recrear la agresión con un maniquí de tamaño real mientras era fotografiada, llegó la orden de detención.
El arresto nunca se efectuó. El entonces jefe de la división de investigación criminal de la policía tokiota ordenó que se detuviera y la fiscalía retiró todos los cargos alegando falta de pruebas. Yamaguchi defiende que no hizo nada ilegal y que el sexo fue consentido.
Frente a la solidaridad que despiertan estos casos en las sociedades de otros países, Ito fue objeto de duras críticas. La primera vez que habló ante las cámaras llevaba el último botón de la camisa desabrochado, lo que algunos consideraron que restaba credibilidad a su testimonio o explicaba la violación.
Las redes sociales llegaron a cuestionar su nacionalidad, "porque una auténtica japonesa no hablaría de cosas tan 'vergonzosas'". El movimiento #MeToo "requiere una actitud individualista hacia la sociedad, defender la propia integridad sobre los sentimientos de los demás", una conducta que choca con la conciencia colectiva del pueblo nipón y se considera "egoísta, egocéntrica y poco femenina", explica la profesora Natsumi Ikoma, del Centro de Estudios de Género de la Universidad Cristiana Internacional de Tokio.
Denunciar el acoso sexual y la violación se engloba en este comportamiento desconsiderado, "no porque otras mujeres japonesas no entiendan la situación y no se sientan reflejadas, sino porque piensan que ellas no elegirían el alzar la voz, y mucho menos si han sufrido esa situación en silencio durante años", reflexiona Ikoma.
Para la experta en movimientos sociales Chelsea Szendi Schieder, profesora asociada de la Universidad Aoyama Gakuin, exponerte con el #MeToo puede convertirte en el blanco de las críticas, siendo el caso de Ito un ejemplo de la "amenaza tácita a la que se enfrentan todas las mujeres que hacen pública su historia de abuso sexual".
El hecho de que esta experiencia traumática pueda ser utilizada como un arma contra ellas da cuenta de la difícil situación de las japonesas para denunciar la violencia sexual y se traduce en que menos del 5 % de las víctimas acuden a la policía. No en vano, hasta julio de 2017 robar en Japón conllevaba mayores penas (cinco años de cárcel) que una agresión sexual (tres).
La condena se igualó entonces en la primera enmienda de la ley en 110 años y se amplió la definición de violación para incluir el sexo anal y oral, reconociendo por primera vez a un varón como potencial víctima. Según ha escrito la vilipendiada Ito, Japón no tiene un verdadero #MeToo no porque las víctimas no den la cara, "sino porque la sociedad japonesa quiere que permanezcan en silencio".
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