El 23 de agosto se celebra el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición. La fecha guarda relación con la insurrección de 1791 en la que hombres y mujeres esclavizados lucharon para proclamar su independencia en Saint-Domingue, la parte occidental de la isla La Española, que recuperó su nombre original: Haití.

La UNESCO decretó este día en 1997, el día de la revolución de Haití porque fue "una reivindicación universal de libertad, que va más allá de cualquier límite de tiempo y espacio. Apela a toda la humanidad, sin distinción de origen ni de religión, y sigue resonando hoy con la misma fuerza", afirman en su página web.

En este día, la organización no solo pretende recordar el pasado, también hacer una reflexión sobre el presente, para "poner de relieve la lucha contra todas las formas de opresión y racismo que existen en la actualidad", haciendo incapié en la esclavitud moderna y la trata de personas. "La esclavitud es el resultado de una visión racista del mundo que pervierte todos los aspectos de la actividad humana", escribe en un comunicado Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO.

Tráfico personas: una muestra de que la trata continua

Más de 2,5 millones de personas son víctimas de trata en la actualidad, según un estudio realizado por la ONU en 2018. Una cifra que aumentaría si se conocieran todas las personas que la sufren: por cada víctima de trata identificada existen 20 más sin identificar, aseguran.

De entre todas estas víctimas la mayoría de ellas, el 72%, son del género femenino, según demostró un estudio de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) publicado en 2018. Dentro de este porcentaje, el 49% de los casos son mujeres adultas y el 23% niñas. Además, el informe señala la explotación sexual como el principal destino de estas víctimas (en el 59% de los casos).

El proyecto Esperanza Adoratrices, por ejemplo, recoge el testimonio de mujeres que han sobrevivido a la trata. Chantall es una de ellas. La joven de 18 años nació en el estado de Edo, al sur de Nigeria, y después de quedar huérfana, tuvo que irse a vivir con su tía, quien la obligaba a casarse con un hombre adinerado, mucho mayor que ella.

Chantal decidió huir al extranjero, pero el viaje no fue lo que le prometieron, y sufrió violencia física y sexual. También en España, donde fue obligada a ejercer protitución para pagar la deuda que le exigían quienes la habían ayudado a huír.

Gracias a la investigación de la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos de la Policía Nacional, Chantall entró en contacto con el Proyecto Esperanza, con el que empezó su proceso de recuperación en una casa de acogida.