A punto de cumplirse cinco meses de la erupción del volcán de La Palma, numerosos vecinos siguen viviendo en hoteles. Miles de familias pidieron en su momento ayudas, pero muchas todavía no han llegado y las necesitan de forma urgente. Las trabas burocráticas y las estafas son el muro con el que se están encontrando.

Hannes Fagner, que padece esclerosis múltiple, perdió todo lo que tenía. Ahora comparte una vivienda por 400 euros porque no puede pagar otra cosa. Dentro nada es suyo, porque el día que explotó el volcán huyó muerto de miedo sin saber qué llevarse. Atrás dejó su casas, miles de abejas y 400 kilos de miel.

Según explica, no tenía seguro de hogar. Por eso, ha recibido la compensación máxima del Gobierno español: 60.000 euros. Sin embargo, con esa cantidad no paga su antigua vida. "Tengo un depresión muy fuerte, yo tenía todo, ahora no tengo nada, ni una taza para tomar un café", lamenta.

Miguel Ángel Hernández, de 88 años, sigue viviendo en el hotel de Fuencaliente. De momento no ha recibido nada, según él mismo relata, a pesar de que lleva allí cerca de cinco meses. Su casa, en Jedey, sigue inhabitable bajo las cenizas. "Si estuviera sano estaba limpiándola", asegura Miguel Ángel.

Por su parte, Nieves Pérez ha pasado por cuatro casas en estos cinco meses. Cuatro mudanzas también para su madre, María Brito, desde aquel fatídico día en el que la familia entera perdió sus cuatro viviendas de Todoque. Nieves se lamenta de que hasta hoy solo han recibido donativos. "Nosotros no pedimos una casa para nosotros, la nuestra ya llegará, pero una para ella sí", afirma junto a su madre.

Desde la oficina única de atención a los afectados dicen que no pueden ir más rápido. Se enfrentan a un 10% de irregularidades, entre ellas, intentos de fraude. "Casi estuvimos a punto de darle una casa a una persona que no era ni damnificada ni evacuada", explica Sergio Matos, coordinador de la Oficina de Atención a los Afectados del Volcán. No obstante, saben que las 65 viviendas entregadas hasta el momento son insuficientes. "No las hay, no existen las viviendas, no se puede dar viviendas", resume Matos.

A José Luis Rodríguez le adjudicaron un piso para él y su hermano: no tiene lámparas y aún no ha quitado aún la protección de la campana. Reconoce que no lo siente como un hogar: "Ni lo sentiré nunca", lamenta esta palmero. Aunque se sabe privilegiado, José Luis sostiene que no estará tranquilo hasta que el resto de sus vecinos reciban también una casa. "Hasta que yo no vea todos los vecinos que los han ayudado como me han ayudado a mí, yo no soy feliz", afirma.