Fueron los ojos y los oídos de los militares españoles durante años. Tras la marcha de las tropas el pasado septiembre los traductores no solo perdieron sus trabajos también su seguro de vida porque aquel que colabora con extranjeros queda marcado para siempre en Afganistán: “La gente tiene una sensación muy mala de ti porque tú estabas trabajando con los infieles” cuenta uno de ellos.
Por ello solicitaron asilo al Gobierno español. Doce de ellos consiguieron llegar aquí en marzo pero 28 aún permanecen en Afganistán bajo una permanente amenaza de muerte: “Están recibiendo constantes amenazas y no pueden volver a sus ciudades de orígenes” cuenta Ana Ballesteros, que da apoyo a los traductores afganos.
El propio comité para los refugiados reconoce a estos traductores como una población de alto riesgo. Bajo el hashtag #28enpeligro, periodistas y activistas piden al Gobierno que no les abandone y que devuelva a estos jóvenes la ayuda que ellos prestaron a sus soldados.