Donald Trump contra Joe Biden. El primero es presidente y batalla por la reelección. El segundo era vicepresidente hace cuatro años y aspira a sentarse en el Despacho Oval en el mismo asiento donde estuvo su antiguo jefe, Barack Obama. Uno tiene 74 años de edad. El otro, 78. Son 60 más que los jóvenes de la Generación Z que, como Mateo Gómez, votarán por primera vez estas elecciones.

Los dos candidatos son viejos, hombres y blancos. Y a los dos les cuesta convencer más allá de las bases de sus respectivos partidos. "¿Cómo alguien como usted va a representar durante los próximos cuatro años a los de mi generación?", preguntó este inmigrante colombiano a Joe Biden en un debate. Llegó a Estados Unidos con sus padres cuando tenía dos años, buscando el sueño americano.

Mateo es el futuro, como los nietos de Biden. El demócrata le dice que quiere ser un presidente de transición que abra el camino a los jóvenes líderes que van a tirar hacia delante del país. Pero a partir de esa reflexión surge otra pregunta. ¿Realmente no hay un candidato mejor y que convenza en un país del tamaño de un continente, con 330 millones de habitantes y que rebosa de talento de costa a costa?

El problema está en los extremos. La política en el país símbolo de la democracia se polarizó enormemente desde la presidencia de George Bush hijo. El Partido Republicano y el Demócrata forman así dos grandes pirámides cada vez más distantes. En el punto bajo donde se cruzan, en violeta, hay una cesta de votos independientes muy valiosa. Sería suficiente para que emergiera algo diferente.

Donald Trump supo aprovechar a su favor ese nicho en las presidenciales de 2016 presentándose como un candidato diferente. Justo en el otro extremo tenía a Bernie Sanders. Los dos, sin embargo, optaron por ponerse bajo el ala de los dos grandes partidos, como hizo también Michael Bloomberg en las últimas primarias pese a contar con una ingente fortuna que le hubiera permitido ir por libre.

Desmarcarse es lo que intentó Howard Schultz, el antiguo consejero delegado de Starbucks, al inicio de la campaña. Pero su apuesta por construir un movimiento completamente independiente no fue muy lejos. El aparato demócrata, como sucedió dos veces con Sanders, se movilizó para aplacarlo por el temor de que fuera a robar votos al futuro nominado y eso ayudara a Trump a ganar.

Schultz también es un hombre blanco que se acerca a los 70 años. Sin embargo, podría haber dado una alternativa a los electores cansados con el inmovilismo en Washington. Y el potencial está ahí. Gallup muestra en las encuestas que el 39% del electorado es independiente. El problema es cuando de ese grupo se descuentan a los que tienden a inclinarse hacia un partido en concreto.

Los electores independientes puros rondan el 10%. Eso crea una barrera para que pueda emerger un candidato diferente, porque el aparato de los partidos impone al final al nominado. La última vez que un tercer candidato rebasó esa barrera fue en 1992, con Ross Perot. Pero a esto se le suma la compleja estructura de los colegios electorales. Perot, de hecho, no ganó un solo voto electoral.

La frustración con el status quo, el movimiento de las bases, la crisis económica… las condiciones para que un tercer candidato prosperara este 2020 estaban ahí antes de la disrupción provocada por la pandemia. Es lo que permitió hace dos años a Alexandria Ocasio-Cortez imponerse al candidato del aparato. Pero electoralmente hablando, es imposible replicar su hito en Queens a escala nacional sin la misma estructura del partido que sostiene al veterano Joe Biden.