cultura
El último capítulo en la vida de Vargas Llosa, marcado por una enfermedad incurable
Los detalles En 2020 le diagnosticaron una enfermedad, con la que vivió los últimos cinco años. Sin embargo, Vargas Llosa no permitió que tomara protagonismo, convirtiéndola en un personaje más que le dio valor a la familia y lo acompañó, en silencio, mientras escribía hasta el final

"Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente". Esa frase, que podría haber sido el arranque de una de sus novelas más intensas, fue también el mantra con el que Mario Vargas Llosa enfrentó la última etapa de su vida. Desde que, en el verano de 2020, un diagnóstico irreversible le cambió el rumbo, el Nobel peruano decidió vivir para sí mismo y para sus hijos. Sin hacer pública la noticia, eligió guardar silencio. La escritura seguiría siendo su refugio y su escudo.
Tenía 83 años entonces. Estaba viviendo su "gran pasión", enamorado de Isabel Preysler y a punto de publicar 'Tiempos recios'. Todo seguía su curso. La enfermedad, como un rumor, quedaba en un segundo plano.
En una entrevista concedida un año antes a la BBC, como si algo ya supiera, deslizó una reflexión que hoy suena a testamento: "La muerte a mí no me angustia. Hombre, la vida tiene eso de maravilloso: si viviéramos para siempre sería enormemente aburrida, mecánica. Si fuéramos eternos sería algo espantoso. Creo que la vida es tan maravillosa precisamente porque tiene un fin. Me gustaría que la muerte me hallara escribiendo, como un accidente, que venga a interrumpir como algo accidental una vida que está en plena efervescencia. Ese sería mi ideal".
Y así lo fue. Nunca dejó de escribir. Ni un solo día. Siete días a la semana frente al escritorio. "Pudiste vivir la vida que quisiste: escribiendo todos los días", así lo recordo su nieta Josefina en una publicación de Instagram. "Trajiste un inmenso orgullo a tu amado país al ser el primer peruano en ganar el Premio Nobel. Tus palabras cambiaron el mundo, y lo seguirán haciendo en las generaciones por venir".
Lo siguió viendo el público, aunque cada vez con menos frecuencia. En 2021, celebró en la Feria del Libro de Lima los cincuenta años de Conversación en La Catedral. En abril de 2022 fue hospitalizado en Madrid por complicaciones derivadas de la Covid-19, según confirmó su hijo Álvaro. Y poco después, en un giro que solo podía pertenecer a la literatura, ingresó en la eternidad institucional al convertirse en miembro de la Academia Francesa en París. Fue su última gran aparición pública.
En octubre de 2023, anunció su despedida. No con un discurso, sino con un epílogo, el más literario de los adioses, incluido en 'Le dedico mi silencio': "Creo que he finalizado ya esta novela. Ahora, me gustaría escribir un ensayo sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré".
Y así fue. Desde entonces, limitó al máximo sus viajes y sus apariciones públicas. Pasó el verano en Grecia, con su familia, y luego unos días en su piso de Madrid, acompañado de sus libros. Fue su despedida íntima de España. Después, regresó a Lima. Quiso cerrar el círculo donde todo comenzó.
Instalado en su ciudad natal, se dejó cuidar por un equipo médico y por su familia. Patricia Llosa, su exmujer, estuvo a su lado hasta el final. Dicen que dedicó los últimos meses a recorrer los escenarios que dieron forma a sus novelas: el Colegio Militar Leoncio Prado, el antiguo barrio rojo de Lima que inspiró La ciudad y los perros, la cárcel de San Juan de Lurigancho de Historia de Mayta, el local donde alguna vez se alzó el mítico bar La Catedral. También volvió a Cinco Esquinas, el barrio que da nombre a una de sus últimas novelas, y visitó la inaccesible casa donde nació Felipe Pinglo, germen de Le dedico mi silencio.
Su despedida fue como él la imaginó: sin estridencias, sin homenajes, en la intimidad de los suyos. Desde la puerta de la casa familiar, Álvaro Vargas Llosa pidió respeto para ese adiós. No habría ceremonias ni discursos, solo el cumplimiento de su voluntad.
Los restos del escritor fueron cremados este lunes en el Centro Funerario y Crematorio del Ejército de Chorrillos, en Lima. Desde allí, sus cenizas fueron entregadas a sus tres hijos: Álvaro, Gonzalo y Morgana.
"No tengo otra cosa que decir que el Perú ha perdido a uno de sus mejores hombres y nosotros a un ser infinitamente querido, a quien vamos a echar de menos", dijo su hijo mayor.
Así es recordado Mario Vargas Llosa: escribiendo hasta el final, recorriendo sus ficciones como si fueran estaciones de despedida, y marchándose con la misma dignidad con la que vivió, confiando en que las palabras —las suyas— seguirán hablando por él.