Solo un día después del alumbrado navideño y de las compras compulsivas del 'Black Friday', Jamiroquai ha logrado concentrar en la capital española a una gran parroquia de acólitos del funk y el "acid jazz" a los que de verdad les ha encendido las luces con un "show" brillante y ajeno a las rebajas.

Ni el alto precio de las entradas (cerca de 80 euros, las más caras) han socavado el llenazo del WiZink Center (15.500 personas, según la organización), en su única parada en España (después de su paso este verano por el Cruïlla de Vilanova i La Geltrú) y de tratarse de su primera visita a la capital en 9 años, la primerísima fuera del formato festival.

"Automaton" (Universal), su último disco y la excusa que hoy los ha traído hasta aquí, llegó después de un largo silencio de 7 años en los que Daft Punk llegó al número 1 mundial revitalizando con apuntes electrónicos el funk, precisamente el estilo que la banda ha defendido desde su fundación hace un cuarto de siglo.

Como impelidos por la necesidad de reenganchar ese perdido tren bala, el octavo disco de estudio de su carrera se apuntó al electrofunk de manera descarada y, si bien no pudo emular los logros del pasado, mejoró en mucho los resultados de su álbum previo, el deslabazado "Rock Dust Light Star" (2010), con una meritoria cuarta plaza en ventas en su debut en España.

Tras los devastadores efectos del tiempo en la alineación original del grupo, que se notó especialmente tras la marcha del bajista Stuart Zender, Jamiroquai tiene más que nunca las hechuras de Jason "Jay" Kay (Manchester, 1969), su cerebro y voz.

Haciendo gala de sus orígenes británicos, la banda se ha plantado puntual a la cita, exorcizando cualquier temor fundado en sus problemas de espalda al inicio de la gira, que le obligaron a pasar por quirófano, o en el catarro que hace un par de semanas lo obligaron a interrumpir abruptamente su show de Múnich.