Aznar nunca lo ocultó: dos legislaturas y listo. Con lo que le gustaba jugar era con quién le sustituiría. Pero, en sus últimos años en La Moncloa, algo se torció. El Prestige pintó Galicia de negro, los estudiantes se rebelaron contra la reforma educativa, y Aznar tomó su decisión más polémica: apoyar la guerra de Iraq contra el grito de la calle.

La realidad lo complicó todo, y el dilema era a quién dejar al mando: A Mayor Oreja, Mariano Rajoy o Rodrigo Rato. De los tres, él es el mejor colocado, pero dice no. Cuando Rato cambia de opinión es demasiado tarde: el sucesor será otro. Rajoy acabó de líder de la oposición, y Mayor Oreja en Bruselas. Al final, el mejor parado fue Rato, nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional. Con su nuevo puesto, Rato se convierte en el Indurain de la Economía Española, alguien de quien presumir ante un turista.

De su etapa en Washington, un gran agujero. El FMI de Rato no alertó de la inminente crisis hipotecaria en Estados Unidos o del crack financiero islandés. Según un informe, a las puertas de la crisis estaban así de optimistas: “Las perspectivas son las mejores en años. La economía está lista para un periodo de crecimiento sostenido”.

Dejó el FMI a mitad de su mandato. Con su dimisión, España pierde a su más alto representante internacional. Él alega motivos personales pero, ¿por qué se fue Rato realmente?

La vuelta a España de Rodrigo Rato es una buena noticia para la empresa privada. Ficha por la Banca Lazard y entra en el consejo de administración del Santander.

En 2010, Rato se sienta en el trono de Caja Madrid con el respaldo del PSOE. Bajo su mandato, Caja Madrid se fusiona con otras 6 entidades: es el nacimiento de Bankia. La presunta solución a todos los problemas del sistema financiero español sale a bolsa con Rato de instrumentista.