En un barco tan grande cabía de todo. El plató donde se construyó la réplica del Titanic para el rodaje tenía 161.000 metros cuadrados. Dentro de él más de 2.000 personas trabajaron para dar vida a la película.

Las aspiraciones de La Princesa Prometida eran igual de ambiciosas aunque sin el brillo de tanto Óscar. Se conformó con meterse en los sueños de toda una generación. Buttercup, Westley, Fessik, Humperdinck, Vizzini y, cómo no, Íñigo Montoya, autor de una de las frases más célebres de la historia del cine.

Titanic vapulea por sus cifras. En su momento fue la película más cara y 20 años después, sigue siendo la segunda película más taquillera de la historia.

Cameron sabía lo que tenía entre manos, pero Rob Reiner no tenía ni idea. El rodaje de La Princesa Prometida fue como la seda, pero cuando acabaron la película, no tenían ni idea de cómo venderla.

No tenía superestrellas, nadie conocía el libro en que se basaba y el director todavía era un don nadie. Con los años, funcionó el boca a boca. Igual que a Titanic. Se convirtieron dos películas que trascendieron a su tiempo. Porque el amor lo puede todo.