Investigaciones anteriores han establecido claramente que dos grupos de plantas responden de manera diferente a los niveles elevados de dióxido de carbono, y un grupo obtiene sustancialmente más biomasa cuando el dióxido de carbono es más abundante.

Sin embargo, un nuevo estudio de seguimiento de parcelas en un periodo de 20 años publicado en 'Science' revela que este patrón bien establecido se revierte de hecho en largas escalas de tiempo.

Frame 63.773004 de: ISLANDIA

Los científicos clasifican las plantas en función de la forma en que procesan el carbono, siendo las dos clases más comunes C3 (por ejemplo, arroz, trigo, árboles) y C4 (por ejemplo, maíz, caña de azúcar, la mayoría de otras gramíneas).

La teoría y la evidencia experimental han sugerido que las plantas C3 son más sensibles a los niveles de dióxido de carbono que las especies C4 y crecerán y ganarán más biomasa en respuesta a los crecientes niveles de dióxido de carbono.

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Un patrón que es fundamental comprender para modelar con precisión el clima futuro. Pero, los experimentos anteriores sólo han considerado las respuestas de C3 y C4 en periodos relativamente cortos. Ahora, Peter B. Reich, de la Universidad de Minnesota, en Estados Unidos, y otros investigadores informan sobre los resultados de un estudio de 20 años en el que se monitorizaron 88 parcelas en Minnesota, Estados Unidos, que son parte del proyecto BioCON.

Los investigadores encontraron que, durante los primeros 12 años del estudio, las parcelas C3 promediaron un aumento del 20% en la biomasa total en respuesta a niveles elevados de dióxido de carbono, en comparación con las condiciones ambientales, mientras que las parcelas C4 tuvieron un aumento promedio del 1%, cambios que están en línea con las expectativas.

Sin embargo, durante los siguientes ocho años, el patrón se revirtió: las parcelas C3 registraron un promedio de un 2% menos que sus contrapartes ambientales, y las parcelas C4 tuvieron un promedio de un 24% más de biomasa. Los científicos encontraron que variables como la lluvia y la fotosíntesis de las plantas tenían poca correlación con esta inversión, mientras que, misteriosamente, la mineralización del nitrógeno sí lo influía.

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