MÁS COCHE NO ES MÁS SOLUCIÓN
No necesitamos coches más grandes. Necesitamos ciudades menos disfuncionales
Lo que en los años 90 era un compacto familiar, hoy ha mutado en un SUV con la aerodinámica de una lavadora y el peso de un coche de segmento superior, y eso tiene consecuencias: calles más saturadas, plazas de aparcamiento insuficientes y consumos disparados… aunque sean eléctricos.

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La industria lleva años hinchando los coches como si fueran flotadores: más altos, más anchos, más pesados. El argumento es siempre el mismo: seguridad, comodidad, visibilidad.
El problema es que, en lugar de adaptar el coche a la ciudad, hemos decidido adaptar la ciudad al coche. Aceras recortadas, pasos de peatones desplazados, carriles bici que se cortan para dejar espacio a zonas de carga y descarga. El espacio público, en teoría para todos, se convierte en un tablero donde gana el que más abulta, y así, el coche grande deja de ser una elección y pasa a ser una necesidad defensiva: “si no puedo ver sobre los SUV, necesito uno también”.
Esto no es sostenible, ni ecológica ni socialmente. Un coche más grande no te lleva más rápido, ni soluciona el tráfico. Solo ocupa más, y en ciudades mal pensadas (con distancias eternas entre casa, trabajo y servicios básicos) se convierte en una falsa solución. El coche debería ser una herramienta, no una prótesis urbana.
¿Por qué vivimos así?
La dispersión urbana y el urbanismo de espaldas al peatón son culpables directos de esta dependencia del coche. Si para comprar el pan necesitas 10 minutos en coche, el problema no es el pan ni el coche: es la ciudad. Hemos diseñado espacios donde lo cotidiano es inalcanzable sin motor, y eso crea una rueda que gira sola: cuanto más dependes del coche, más necesitas infraestructuras para él, y menos espacio queda para todo lo demás.
El caso español es especialmente sangrante porque, aunque heredamos centros urbanos compactos y caminables, la periferia se ha construido con lógica de polígono industrial. Centros comerciales a las afueras, zonas residenciales sin comercio local, oficinas a kilómetros. El coche no es una elección: es un billete de acceso a la vida moderna.
¿Y qué hacen los fabricantes? Adaptarse. O mejor dicho: aprovecharlo. Si necesitas coche, que sea uno grande. Uno que te aísle de la ciudad, que te proteja del mundo. Que parezca una burbuja. La industria vende cada vez más SUV no solo porque son rentables, sino porque la ciudad se ha vuelto inhóspita a pie. Es un negocio redondo basado en un diseño urbano fallido.

La alternativa: ciudades que no te obligan a conducir
No se trata de prohibir el coche. Se trata de devolverle su lugar. Que puedas usarlo cuando lo necesites, pero que no lo necesites para absolutamente todo. Para eso, hay que repensar las ciudades: acercar los servicios, apostar por el transporte público eficaz, y garantizar que moverse andando o en bici no sea una actividad de riesgo.
En muchos países europeos lo han entendido: menos carriles, más espacio peatonal, velocidades bajas, convivencia. No, no se trata de “volver al pasado”, sino de avanzar hacia ciudades donde moverse no signifique siempre arrancar un motor. Ciudades donde vivir no sea sinónimo de desplazarse cuarenta minutos cada mañana.
Porque al final, la pregunta no es qué coche necesitas. Es por qué lo necesitas, y la respuesta, muchas veces, no está en el concesionario, sino en el plano urbanístico. No es que sobren coches. Es que faltan ciudades pensadas para las personas.
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