UN PORSCHE SILENCIOSO… CON UN PROBLEMA DE IDENTIDAD
Si esto es el futuro, igual nos bajamos antes
El Taycan prometía redefinir la deportividad contemporánea: un Porsche eléctrico que acelerara sin escupir llamas ni rugir motores de combustión. En teoría, un paso de gigante hacia un futuro más limpio y prestacional.

Publicidad
El Taycan prometía redefinir la deportividad contemporánea: un Porsche eléctrico que acelerara sin escupir llamas ni rugir motores de combustión. En teoría, un paso de gigante hacia un futuro más limpio y prestacional. En la práctica, da la sensación de sentarse al volante de un coche civilizado hasta la extenuación. Demasiado pulido, demasiado contenido.
La experiencia empieza y acaba en el silencio absoluto. Al principio, impresiona: ningún ruido metálico, ningún traqueteo de pistones. Pero ese silencio pronto pesa. Echas de menos el salvajismo de un motor Porsche al acelerar, ese gruñido que te recuerda que estás conduciendo algo especial. Aquí todo es tan perfecto que se olvida lo que hace único a un deporte de verdad.
Un Porsche que no suena, simplemente, deja de ser Porsche, y esa carencia no se cubre con cuatro menús de pantalla o modos de conducción imaginarios. El Taycan te ofrece paz y tranquilidad, pero no esa sensación visceral que hasta el más novato asocia con la marca.
Pantallas, menús y distracciones innecesarias
Entrar en un Taycan es como montarse en un centro de control orbital. Tres pantallas, menús infinitos, toques, deslizamientos… Todo está diseñado para impresionar. Pero si quieres ajustar una función básica (el aire acondicionado o la posición del asiento) acabas haciendo una coreografía de dedos que ni tu sobrina de diez años para desbloquear su móvil.
Los asistentes de conducción son clavaditos a un videojuego y te ofrecen ayuda incluso cuando no la necesitas. Giran el volante si te sales del carril, frenan si se acerca un obstáculo… mientras tú sólo querías que no te molestasen. Es cierto que mejora la seguridad, pero también anula la espontaneidad de conducir. Un Porsche neurotizado.
Si hablamos de usabilidad, el Taycan se duerme en sus laureles futuristas. El editor de configuraciones te deja más mareado que un GPS con resaca. La tecnología aquí no acompaña al conductor: lo atrapa en una telaraña de opciones que chocan con la idea de deportividad directa que uno espera de un coche con la sigla Porsche en el volante.

Prestaciones de infarto, practicidad de cartón
No hay duda de que [[LINK:INTERNO|||Article|||673496e23141b0e4d538bda0|||el Taycan fulmina al 0–100 km/h con más autoridad]] que un torbellino, pero cuando miras el rango real y planificas una ruta de más de 200 km, la sonrisa se te congela. Las estaciones de recarga rápida abundan en autovías, pero lejos de ellas, la autonomía se evapora más rápido que un litro de agua bajo el sol.
El maletero delantero y trasero suman poco espacio, y en las plazas traseras las piernas se tocan con el respaldo delantero si mides más de 1,80 m. Es un coche grande que, en el día a día, requiere tanta planificación que su espíritu de “deportivo sin ataduras” se diluye bajo la burocracia de los cargadores y las reservas de aparcamiento.
Al final, ese sedán de lujo se convierte en un puzzle logístico: busca enchufe, reserva punto de carga, comprueba que el GPS tenga la última actualización… Todo para sentirte libre con un coche que, por cifras de aceleración, aspira a emocionar, pero que en la práctica roza más la etiqueta de artefacto de moda que de máquina de disfrute.
Publicidad