No alcanzo a entender, pero de verdad que no me entra en la cabeza, cómo una adolescente con un discurso sencillo y certero como el de Greta Thunberg, que apela tan directamente a los niños y a los adolescentes, es decir el futuro –si tenéis niños cerca sabéis de lo que hablo, a mí mis sobrinos de 12 y 14 años me hacen apagar la luz en cuanto salgo de una habitación y esto es, absolutamente, por Greta, de la que son fans–, y que ha convertido, ella solita, determinadas cuestiones sobre ecología y sostenibilidad en motivos vitales de verdadero compromiso para muchos, niños y adultos, puede suscitar tanta mala leche y tantas suspicacias. Porque Greta ni resta ni nubla a otros activistas ecologistas. Al contrario. Ella suma para concienciar.

Entiendo el cinismo. Yo misma soy una cínica internacional, a mí cuando James Rhodes se pasa de plasta con su amor a España o le pillo en actos de narcisismo disfrazado de bonhomía –acuérdate de cuando donó 1.000 pavos a Open Arms en nombre de Santiago Abascal y lo hizo público– pues me pongo de los nervios, pese a que esté a tope con su causa. Los poetwitters, las frases ñoñas y cursis cargadas de metáforas en los pasos de cebra de Madrid en plan "Me fumo la vida", o los tweets afectadísimos de Alejandro Sanz –que luego será un ser maravilloso y de luz, no te digo que no– me ponen mala, no conecto, desconecto total. La afectación me aleja.

Pero con Greta no os metáis. Con Greta ni hablar. Porque Greta ni es cursi, ni afectada. Y aunque lo fuera, Greta es tan solo una NIÑA absolutamente comprometida con una buena causa. ¿Me puedes explicar los peros aquí? Ninguno. Lo que pasa es que es una NIÑA enfadada, y eso, un poco de los nervios te pone, reconócelo. Luego ya, para engañarte a ti mismo, o a los demás, le puedes añadir tus cositas, tus anexos en tus argumentos de escéptico. Mira, aquí hay una larga lista: que si encarna a la disidencia controlada, que si a la disidencia mainstream, que si deberíamos escuchar a un experto, que si utilizar a los críos no está bien… Que si su tono, que si la simpleza del discurso, que si es una niña privilegiada… Cuantos peros, ¿verdad? Y me refiero a críticas de gente, de tíos sobre todo, de izquierdas ¿eh? No estoy hablando de negacionistas del cambio climático, no, no, no.

¿A ti este odio a Greta no te trae reminiscencias, fíjate, de quejas ya manifestadas respecto a otros movimientos? No sé… Los que se quejan son un poco los mismos empachados ya de feminismo, ¿puede ser? Pasa lo mismo cuando el feminismo, en el 8M o tras sentencias patriarcales, saca a millones de personas a la calle, y resulta que entonces para muchos progres ya no somos antisistema sino que somos pensamiento dominante, herramientas al servicio del neoliberalismo más rapaz, que resulta que ser feminista es políticamente correcto y que le hacemos un poquito juego al poder –de verdad, es que me descojono aquí en mi escritorio–, fraccionando de paso a la izquierda… ¿Cómo nos atrevemos?

Un poco de lo mismito se compone la crítica al ecologismo de Greta. Lo observamos ojipláticas en auténticos machirulos de izquierdas, ellos tan radicales y subversivos. Pero, ¿sabes qué pasa? Que mientras tú te vas comprando el kalashnikov para hacer la revolución, yo te pido que dejes a Greta y a sus amigas, que son las mías, en paz, que sigan diciendo sus verdades y sigan convenciendo a miles de personas para que presionen por unas políticas, al menos, un poquito más verdes. Y que así tú, auténtico hombretón revolucionario, puedas respirar un poquito mejor y seguir cacareando y quejándote y revolviéndote por todos esos movimientos que no apelan directamente a tu virilidad, a tu testosterona, a tu masculinidad, a lo que a ti realmente te motiva, lo que te pone.