Bajaba yo por la A1 dirección Madrid desde esa quimérica megalópolis que es Bilbao girando el dial en busca del último parte de la miasma que nos asola, cuando fui a caer en Radio María. Yo creía que la singular emisora, que sin duda goza de divina protección a tenor de su señal siempre potente y limpia, así te encuentres en las profundidades del túnel de Somport, se dedicaba sólo a la retransmisión del santo rosario, laudes, catecismos y otras letanías, mas estaba equivocado. Resulta que la beatífica emisora también tiene sus espacios dedicados a los temas más mundanos, como la política. Lógico que quieran dar su opinión aprovechando el medio. En este caso la homilía giraba en torno a la salida de los benedictinos de ese engendro levantado con mano de obra esclava a mayor gloria de un dictador como es el Valle de los Caídos. El locutor, cuyo nombre no pude escuchar, me disculpo, aseguraba que la salida de los monjes era tan sólo "la antesala de una venganza largamente pergeñada de este Gobierno comunista que acabaría con la demolición de la cruz" y la profanación de, según sus palabras, un templo cristiano dedicado a la reconciliación donde se "rendía homenaje" a caídos de ambos bandos. Para el opinador mariano nadie parecía tener en cuenta la "generosidad de los vencedores y mártires" de la cruzada para con los vencidos al querer pasar página de tan luctuoso episodio como fue la guerra civil. Añadía el locutor que todo esto era "una clara provocación a los católicos" que requería una respuesta contundente para dejar claro a "esa progresía abanderada de la ideología de género" que los seguidores del papa de Roma no están dispuestos a permitir tamaña injusticia. Era un poco como escuchar al genial Agustín González en "La escopeta nacional". Desde el respeto a todas las opiniones, me gustaría responder a Radio María con la experiencia en esa tenebrosa cueva de Cuelgamuros de otro fervoroso creyente. Se trata de Emiliano Aurrekoetxea. Mi tío abuelo. Católico, apostólico, romano, conservador y gudari del batallón "Zergaitik ez?" (¿por qué no? simpático nombre para bautizar una fuerza de choque) empleado en las faldas del Gorbea contra los militares sublevados y bajo el constante acoso de la aviación fascista. Tuvo más motivos para rezar en abril del 37 que el opinador de la emisora mariana en toda su vida.

Emiliano era miembro de la federación de Mendigoxales o montañeros de Bizkaia, una suerte de milicia nacionalista, beata, conservadora y hostil con los movimientos de izquierda pero furibundos antifascistas. A pesar de sus profundas diferencias, luchó codo con codo con batallones republicanos, del PSOE, JSU, PCE o CNT contra Franco y sus socios Hitler y Musolini. Por cierto, las compañías nacionalistas celebraban misas de campaña diarias y contaban con capellanes castrenses entre sus filas, que fueron laminados y purgados por Franco tras la guerra, algo que obvió el editorialista de Radio María en su discurso. El clásico olvido por las prisas, seguro.

Emiliano y sus compañeros las pasaron canutas a finales de marzo del 37. Desplegados entre el Gorbea y Aramaio perdieron y recuperaron en varias ocasiones la cima del Gorbea ante una fuerza superior de requetés. Finalmente desalojaron a los navarros tras un ataque sorpresa al alba para asegurar la montaña frontera entre Álava y Bizkaia. Sin embargo el esfuerzo había sido importante y las bajas eran numerosas. De los 630 hombres del batallón más de 40 estaban heridos o enfermos, las municiones y suministros escaseaban y enfrente los carlistas habían sido reforzados con artillería pesada. Además la mejora del tiempo hacía cada vez mas frecuente el ataque de los cazas italianos y nazis. Contra todo pronóstico, el frente se mantuvo estable durante semanas. A mediados de junio, el Estado Mayor ordena un repliegue para defender una posición más importante. Bilbao estaba a punto caer en manos de los fascistas.

Emiliano y sus camaradas de armas del Jagi-Jagi se prestaron a empacar para defender la capital ante el asedio de Mola, plegaron sus ikurriñas y banderas con el aspa de San Andrés verde sobre fondo blanco para iniciar la marcha hacia las encartaciones. Cuando Emiliano montaba sobre el lomo de una mula una ametralladora Schwartzlose, le sorprendió una incursión carlista desde la cercana cima de Berretín. Al grito de 'Viva cristo rey, viva España' y toda la recua de santos y arcángeles, un comando de infantería carlista con sus boinas rojas, sus albarcas y sus mantas a cuadros hizo prisionero a Emiliano. El día empezaba mal para el hermano de amama.

Un año y medio después nuestro protagonista ha perdido 20 kilos y la mitad de las piezas dentales. Viaja hacia Majadahonda en la caja descubierta de un camión Henschel protegido del frío de la meseta con tan solo una manta raída y los andrajos de lo que aún vestía en junio del 37. Con él viajan como sardinas en lata miembros de batallones anarquistas hechos presos en Aragón, un concejal socialista de Ciudad Real, un par de sindicalistas de UGT, un periodista homosexual, un alcalde republicano andaluz y un par de negros americanos de las brigadas internacionales. Un variopinto ramillete de lo que se podía uno encontrar en los campos de concentración franquistas, diseñados con la inefable ayuda de la Gestapo y donde no se aplicaba el convenio de Ginebra ni al Tato, al no ser considerados los enemigos de Franco como "prisioneros de guerra". El maleado grupo había trabado cierta amistad entre torturas, sacas y la misa diaria del capellán. Mientras los bajaban a culatazos del camión se dedicaban palabras de aliento y guiños. Sabían donde estaban y qué habían venido a hacer. Eran los encargados de cavar durante horas bajo posiciones republicanas para contraminar. Jornadas eternas en un ambiente asfixiante varios metros bajo el suelo para retirar o colocar minas. Dos días después de llegar a aquel sector del frente una Tellermine 35 reventó el túnel que limpiaba Emiliano. "Muerto por desprendimiento de tierras el 2/10/1938" fue la escueta nota del encargado del campo. Sus restos fueron arrojados en la fosa 142 en Villaviciosa de Odón. Aun tuvo la suerte de no acabar en un sumidero junto al resto de sus compañeros, enterrados en fosas comunes sin fechas, nombres o señal de ningún tipo. El secreto de ese trato de favor eran las creencias del gudari. Era un vascongado traidor, pero católico al fin y al cabo. Tuvieron el detalle de colocar una cruz sobre sus restos.

Cuando años más tarde hubo que llenar los osarios del Valle el cuerpo de Emiliano fue uno de los exhumados. Sin el consentimiento ni el conocimiento de la familia sus restos fueron llevados a un lugar que para mi familia era tan solo un obsceno, hiriente y perpetuo homenaje al último dictador fascista en Europa. Solo décadas después de enterrarlo allí, mi familia tuvo conocimiento de la profanación que la dictadura franquista había llevado a cabo con los huesos del gudari. Lo supieron tras años de insistente investigación y a base de pedir favores. Mientras el régimen le rapaba el pelo a mi abuela, le obligaba a tragar aceite de ricino y confiscaba el negocio familiar. Nunca sintió mi familia que la profanación y el robo o de los restos de su ser querido podía ser interpretado como un acto de "reconciliación" con sus verdugos. Los restos de Emiliano nos fueron hurtados para servir de coartada a un estado totalitario. El valle no es un lugar sagrado. Es una abominación para el culto al mayor genocida de la historia de España. Pero nunca seré partidario de su demolición. Debe permanecer como testigo de los abusos y la sin razón de la dictadura. Un centro de interpretación de la guerra civil y los 40 años de ausencia de libertades que le siguieron. Me encantará poder llevar allí algún día a mi hijo y explicarle para su asombro que una democracia permitió hasta 2019 un mausoleo dedicado al sátrapa, que lo gestionaba una orden monástica que le ponía flores frescas cada día hasta que el país decidió que ya bastaba. Que había que devolver los muertos de uno y otro bando a sus familias y dedicar aquel lúgubre lugar a educar a las nuevas generaciones para evitar que se vuelvan a repetir otras cuatro décadas de atraso, oscuridad y superstición.

Mi tía Clarita ha solicitado recuperar los restos de Emiliano. 82 años después, el montañero vuelve a casa.