Como diría el eurodiputado húngaro de ultraderecha Josef Szájer durante sus animadas noches de asueto: "Señores, vamos a ver si nos organizamos". El monumental lio de normativas en nuestras cabezas es directamente proporcional al odio visceral que se dedican las diferentes administraciones entre sí. Esto hace que algún gobierno regional llegue a caer incluso en contradicciones con tal de enmendar la plana al Gobierno central. El último ejemplo lo encontramos en el multitudinario concierto del eterno Raphael.

Vaya por delante que ni el de Linares ni el Wizink tienen culpa alguna de el enésimo lio entre Ayuso y Sanidad. El bolo era legal, se ajustaba a normativa y vieron la oportunidad de hacer los conciertos. Nada que objetarles. Aquí el problema es de quien permite juntar a 5.000 almas con la presión del virus cercana a 300 casos por 1000.000 habitantes, una tercera ola a la vuelta de la esquina y lo que es más extraño aun: después de haber suspendido y negado el permiso a eventos similares, de menor aforo y al aire libre. La verdad es que todo muy acorde a los tiempos que corren, de improvisación, descontrol, crispación y falta de interés por lo que dicen eminentes virólogos. Donde esté un político forjado en las redes sociales, que se quiten esos doctores melifluos y rojeras con sus cátedras en inmunología. ¡Que sabrán ellos!

Luego está lo de rajar sin haber hecho los deberes, eso también es una costumbre muy de nuestro acervo cultural. "Las personas estaban sentadas con prohibición de comer y beber", decía la presidenta, obviando algo que se puede comprobar en numerosas fotos del show: había un servicio de comida y bebida hasta las localidades de los espectadores, y la peña, lógicamente, se bajaba la mascarilla para comer y bebeb. Así estamos.

No era este el primer espectáculo en esta sala desde marzo. El 3 de julio Loquillo daba el primer concierto tras el confinamiento. Aquel día ese evento con fines benéficos tuvo el aforo limitado al 10%. 1.700 personas, mientras que el de Raphael rondaba el 25%. 5.000 personas. Además, la situación era otra. En julio, Madrid tenía la menor incidencia de la pandemia desde el inicio de la misma. Hoy la incidencia acumulada es de 301 casos por 100.000 habitantes los últimos 14 días. Hace dos semanas se situaba en menos de 200. Con semejante tendencia, llama la atención la invitación al virus a un acto en el que se grita, se prescinde de la mascarilla para beber y comer y provocará multitudes en los accesos, transportes públicos y bares de los alrededores.

Dicho todo esto, conviene recordar que otros actos como la feria taurina de agosto en Alcalá de Henares fue prohibida cumpliendo toda la normativa. Sin embargo, en este caso hubo dos oposiciones de peso que hicieron a Ayuso recular: por un lado, el ayuntamiento de la ciudad, y por otro, la propia consejería de salud de la Comunidad, que se mostró contraria a celebrar la corrida. Tampoco tuvo suerte el festival "TOMAVISTAS EXTRA", que a pesar de cumplir con todos los requisitos no tuvo la autorización de la junta municipal del distrito de Arganzuela.

El portavoz de la asociación de la salud pública de Madrid reconoce que bolos como los de Raphael quizás no sean lo más prudente. "Lo mejor hubiera sido cancelarlo" asegura. Esperemos no haber llegado tarde una vez más con nuestra proverbial falta de planificación a evitar un nuevo colapso hospitalario, el tercero en un año, y la baja por Covid del cantante, que celebra 60 añazos sobre los escenarios y podría no pasarlo de forma asintomática como tanta chavalada.

Estoy seguro de que no hay mala fe y sí mucho de guerrilla electoral en esto de negar autoridad a la administración de enfrente y llevar la contraria por sistema; ojo, lo único, no vaya a ser que con tanto afán de desgastar al contrario no vayamos a saturar la atención primaria ahora que los muchachos de sanidad están enfriando las primeras dosis de Pfizer para devolvernos la alegría.

Para acabar les aseguro que a servidor le chifla un buen bolo. Soy asiduo de las numerosas salas pequeñas y medianas que sobreviven en nuestras ciudades y las echo mucho de menos. Esta miasma va a laminar parte importante de la cultura promovida por la iniciativa privada en nuestras capitales. Si a nuestros próceres les importa la cultura de verdad, podrían ayudar a estas salas, que no sólo dinamizan la vida cultural durante todo el año en barrios y ciudades, sino que son también puntal de nuestra forma de vivir y disfrutar la noche.