Soy marxista y me aburrí soberanamente con el "Alexander Nevsky" de Eisenstein mientras disfruté con "El triunfo de la voluntad" de Leni Riefenhstal. No sé si eso me convertirá en revisionista pero sí sé que el arte y la cultura sirven para comprender el contexto del tiempo en el que se crearon. Es un error histórico querer censurar cualquier obra porque los usos y costumbres de su momento no se adaptan al presente, porque narran la historia de una manera que los ojos del presente no toleran. Si eso genera un problema hay que probar a mirar con otros ojos, los de la crítica y la contextualización, los del análisis histórico. Los que permiten expresar que las representaciones raciales de Victor Fleming y George Cukor fueron racistas. Entre otras cosas porque eran hombres blancos en la sociedad de los años treinta norteamericana, donde todavía los negros no podían ir al baño de los blancos.

Claro que es una aberración retirar del catálogo de HBO "Lo que el viento se llevó" por ser una película que estereotipa los prejuicios y prototipos raciales, porque la cultura es hija de su tiempo. Es un error seudointelectual juzgar con ojos inquisitoriales obras de un pasado que se desarrollaron en un momento diferente al actual. Porque es imposible comprender la historia y la cultura sin el contexto, puede que incómodo para nuestra construcción cultural, en el que se desarrollaron. Espero que la obra cumbre del cine mudo norteamericano, "El nacimiento de una nación" de David W. Griffith, no esté en el catálogo de HBO porque les va a dar un ictus cuando la revisen.

Ahora bien, incidir en las reducciones al absurdo y en las ridículas decisiones de una empresa hacia la legítima muestra de hartazgo e ira del colectivo negro por unas representaciones culturales que le lleva décadas demonizando es propio del privilegio blanco. Centrarse en guerras culturales mientras se evade el problema de fondo tiene consecuencias concretas y materiales en la vida de la gente que sufre ese racismo. Existe una relación directa entre la importancia que los detractores de lo que ellos llaman "políticamente correcto" han dado a la retirada de Escarlata O’Hara de un catálogo filmográfico y el vídeo de la muerte de Iliass Tahiri en el centro de menores de Tierras de Oria. La importancia de los temas en la agenda pública marca la urgencia con la que se produce su resolución.

Podemos pensar que la representación cultural presente de los negros en el arte ha implicado un cambio real en la situación de esas personas, y que ese cambio es un síntoma de que no hay nada que cambiar porque antes Hattie McDaniel hacía de mucama ignorante y ahora Lupita Nyong’o participa en Black Panther. Pero no siempre es así, decía Manuel Sacristán en uno de sus aforismos: "Cambio político (literario etc) no implica cambio social - ni anterior ni posterior - , sino tal vez todo lo contrario se ve favorecido por la falta de cambio social." El pasado se interpreta, no se modifica. Y de nada sirve si lo que se cambia no es el presente.

Esta polémica no tiene que ver con lo políticamente correcto. Porque lo políticamente correcto es necesario y no se reduce a no ver a Vivian Leigh en HBO. Lo políticamente correcto protege a las minorías ante quienes, desde la comodidad de una relación de poder estructural, subyugan con la palabra a un colectivo vulnerable. Su diarrea verborreíca es performativa, tiene consecuencias concretas en la vida diaria de la gente. Para que ellos no renuncien a hacer chistes de maricones, moros o travelos tiene que haber homosexuales, magrebíes o personas transexuales que agachen la cabeza cuando un grupo de privilegiados va haciendo mofa y gritando sus soflamas gonorreicas por la calle como si fuera suya. En el fondo todo se reduce al derecho de los gilipollas a conjugar todo en primera persona como si no existieran los otros. Toca callarse cuando tu chiste es su llanto.