Una sensación de asfixia anuda el estómago atendiendo a las noticias. Hace pocos días acabé de leer el libro 'Persona', de José Carlos Agüero, sobre la violencia política en Perú en los años 80 por el conflicto entre Sendero Luminoso y el ejército peruano. En uno de los pasajes se hablaba del campo de detención Los Cabitos en Ayacucho del que nunca antes había oído hablar y con el que la actualidad me hizo pensar en el CECOT de manera automática. Tendemos a pensar en los campos de concentración como una anomalía europea del nazismo, un extremismo olvidado en el tiempo, y cada conflicto y época que transitamos nos certifica que son una línea continua de nuestra existencia.
El campo de Los Cabitos en Perú es una de esas barbaridades que sonrojan la moral cuando conoces su historia por no haber tenido consciencia antes de su existencia. Los militares convirtieron esa base en un centro de tortugas y exterminio dónde hasta los niños eran víctimas de la acción del ejército. El coronel Humberto Orbegozo Talavera, que fue condenado a 30 años, y Pedro Paz Avendaño, jefe de inteligencia condenado a 23 años, usaban un horno crematorio y un criadero de cerdos para hacer desaparecer los cuerpos de aquellos a los que ejecutaba. En el juicio se constataba que todos eran considerados terroristas hasta que se demostraba lo contrario con el objetivo de causar miedo en la población e instruirlos en la posibilidad de acabar en Los Cabitos para ser torturados o desaparecidos. No hay caso o conflicto que no nos haga pensar en el presente de manera acelerada.
La normalización de la barbarie está ya aquí. No hace falta advertir de que estamos llegando a un mundo donde se tolere lo que ya se vivió en los años 30 porque no hace falta imaginar el mundo que será porque ya es. La diferencia es que en aquellos años se ocultaba y negaba mientras ahora los campos de concentración se celebran, publicitan y muestran orgullosos.
El CECOT de Nayib Bukele no es una prisión, ni siquiera es un campo de concentración, es un no-lugar disciplinante, una nueva dimensión del castigo y la represión que funciona no solo como contenedor de delincuentes y criminales, sino de opositores e inmigrantes, de extranjeros, de disidentes, de ilusiones y vidas normales y corrientes. Es una nueva dimensión de la biopolítica represiva que sirve para amenazar al diferente allá donde esté. Es un anuncio de una nueva era que sirve para reprimir voluntades y mantener atemorizados a todos aquellos que no entren en el canon homogéneo que los nuevos autócratas como Trump o Bukele quieren para una civilización sin alteridad.
El nuevo tiempo facistizado hace que pase desapercibida una noticia como la deportación de venezolanos a esa cárcel de Bukele en la que el 75% de los encarcelados no tienen antecedentes penales. Un presidente americano usando una ley de 1798 para conformar un nuevo Guantánamo de clase obrera migrante con el único delito de ser extranjero. Inocentes, trabajadores normales, inmigrante sin ningún delito deportados a una prisión que incumple cualquier derecho humano en un país extraño. El CECOT es un campo de concentración que sirve como ejemplo de todos aquellos ultras que desean reprimir a todos aquellos que no son como ellos creen que se debe ser, es un centro que han visitado personajes infectos como Macarena Olona o Alvise Pérez porque el proyecto de disciplinamiento es universal y trasciende El Salvador.
La bajada del turismo es consecuencia directa de este mensaje aleccionador en el que no hay garantía para no ser objetivo de una de estas redadas. Nadie en su sano juicio se arriesgaría a pisar suelo estadounidense con una dinámica de caza de brujas en ciernes en las que ni siquiera se te garantiza que no se puedan consultar tus mensajes privados contra Trump o EEUU. Quienes sean tan imprudentes como para elegir EEUU como destino vacacional que piensen en las dos mujeres alemanas que, tras llegar al aeropuerto de Hawai, fueron deportadas de vuelta porque no encontraban la reserva del hotel. El nuevo tiempo contemporáneo es un campo de concentración masivo en el que nadie que se oponga a una visión integrista del mundo esté a salvo aunque no haga nada. Un tiempo represivo con unas claves nunca experimentadas antes en el que todos tenemos un gran hermano en nuestras manos que les facilite la opresión.