INVESTIGACIÓN
Descubren por qué la ELA impide el movimiento corporal
Por primera vez identifican las células implicadas, lo que abre una puerta a posibles tratamientos.

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Hay enfermedades que no solo afectan al cuerpo, sino también a la forma en que entendemos la fragilidad humana. La del propio paciente y también la de su círculo más cercano. La esclerosis lateral amiotrófica (ELA) es una de ellas. Conocida también como la enfermedad de Lou Gehrig, este trastorno neurodegenerativo destruye, poco a poco, las neuronas motoras responsables del movimiento voluntario. Con el tiempo, los músculos dejan de responder, pero la mente permanece lúcida: los pacientes siguen comprendiendo, sintiendo y pensando con total claridad.
De acuerdo con datos de la Sociedad Española de Neurología, en España, se diagnostican alrededor de 900 nuevos casos de ELA cada año, y se calcula que hay unas 4.000 personas conviviendo con la enfermedad. A nivel global, la cifra supera las 200.000 personas, con una esperanza media de vida tras el diagnóstico que ronda los tres a cinco años. Hasta la fecha, no existe cura ni tratamiento realmente eficaz. Por ello no es extraño que una pregunta se repita en los laboratorios desde hace décadas: ¿Por qué son las neuronas motoras las que mueren mientras otras células del sistema nervioso sobreviven?
Ese fue precisamente el interrogante que impulsó un nuevo estudio, publicado en Nature, y liderado por el doctor Kazuhide Asakawa, del Instituto Nacional de Genética de Japón, publicado hoy. Su equipo utilizó un modelo singular: peces cebra transparentes que permiten observar, con resolución unicelular, lo que ocurre dentro del sistema nervioso mientras la enfermedad avanza.
El pez cebra se utiliza como organismo modelo en muchos estudios debido a su similitud genética con los humanos, su rápido desarrollo externo y su transparencia, lo que facilita la observación de sus órganos internos. Fue precisamente esta última característica la que permitió al equipo de Asakawa comprender la clave de la ELA: la vulnerabilidad neuronal.
De acuerdo con los resultados, las neuronas motoras espinales grandes, las encargadas de los movimientos más potentes, como caminar o levantar los brazos, viven bajo una presión constante: una carga interna de degradación de proteínas y orgánulos. Es decir, estas células están en una lucha permanente por mantener su "orden interno", reciclando y reparando componentes dañados para sobrevivir.
"Estas neuronas funcionan al límite, con una actividad metabólica tan alta que su sistema de limpieza celular está siempre al borde de la saturación - explica Asakawa -. Esto ayuda a entender por qué son las primeras en degenerarse en la ELA".
Pero el hallazgo más llamativo del estudio es que esta tensión interna se agrava con la pérdida de una proteína llamada TDP-43, implicada en la mayoría de los casos de ELA. Al principio, las células responden al estrés aumentando sus mecanismos de defensa: la autofagia (el reciclaje interno) y la respuesta a proteínas mal plegadas. Pero con el tiempo, ese esfuerzo se vuelve insostenible, las defensas colapsan, las proteínas defectuosas se acumulan y la célula entra en un punto de no retorno: la degeneración.

Los autores lograron registrar este proceso en tiempo real gracias a las propiedades de los peces cebra.
"Por primera vez podemos ver cómo la degradación y el estrés proteico se concentran justo en las neuronas más grandes – añade Asakawa -. Su tamaño y su demanda energética son tanto su fortaleza como su condena".
El estudio, ofrece una nueva vía para la investigación terapéutica: reducir la carga de degradación celular podría proteger las neuronas más vulnerables. No se trata de revertir la enfermedad —algo aún lejano—, sino de aliviar el peso metabólico que las empuja al colapso.
Más allá de su importancia clínica, el estudio aporta una pieza crucial al rompecabezas de la ELA: confirma que la fragilidad de las neuronas no depende solo de mutaciones genéticas, sino también de las exigencias fisiológicas que soportan. Un equilibrio delicado entre energía, tamaño y tiempo que, cuando se rompe, desencadena una cascada fatal.
A más de 150 años del primer diagnóstico, la ELA sigue siendo una de las enfermedades más desconcertantes de la medicina moderna. Pero investigaciones como la de Asakawa abren una rendija en ese muro. Si logramos entender por qué ciertas neuronas se agotan antes que otras, podríamos, por fin, aprender a cuidarlas antes de que empiecen a morir. Ya sabemos lo que ocurre y los responsables. Ahora hay que ver cómo podemos influir en ellos.
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