Aunque los talibanes de Afganistán anunciaron un nuevo régimen más respetuoso con ellas, desde el principio se han temido lo peor. "No reconozcan a los talibanes y no nos pongan otra vez en la misma situación", suplicaba llorando la periodista afgana Lailuma Sadid. "He decidido suicidarme, no podré sobrellevar esto", reconocía una joven del país.

De un día para otro, el retorno de los talibanes ha cambiado la cotidianidad de 19 millones de mujeres y niñas afganas.

El miedo las ha recluido en sus casas y ocultado sus rostros.

Aunque ser mujer en Afganistán nunca ha sido fácil, ahora mismo en la calle dos banderas apuntan horizontes diametralmente opuestos.

Enarbolando la bandera nacional, algunas afganas han plantado cara -y descubierta- a los recién llegados.

Pero el espíritu callejero de resistencia femenina se atenúa con los rumores de resistencia de las primeras represalias talibanes corroboradas por la ONU.

"Incluyen, entre otras, ejecuciones civiles, restricciones a los derechos de las mujeres, incluido el derecho a circular libremente y asistir a la escuela", explicaba Michelle Bachelet, Alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos.

Cada vez más, las voces de denuncia solo llegan tras la huida de los que pudieron hacer maletas, como la de la única alcaldesa que había en Afganistán desde Berlín. "Registraron mi casa, venían a por mí y preguntaron a mis amigos y familiares. Todos nuestros sueños, sencillamente, han volado", ha declarado Zarifa Ghafari, alcaldesa afgana.

O como Nilofart Bayat, jugadora de baloncesto, que empieza una nueva vida en Bilbao. "Cuando les vi en el aeropuerto vi lo peligrosos que eran. No saben nada de humanidad, son peligrosos, es gente sin cultura", declara a laSexta.

Sabnam Rahimi, refugiada y boxeadora afgana, habla para laSexta noche desde Madrid. "Todas las noches estoy llorando porque en mi país está pasando esto", cuenta. Pidió asilo hace cinco años aprovechando la presentación de un documental en la que sus puños de boxeadora hablaban por sí solos.

Su familia llegó esta semana: padres, hermanos, cuñados... "Mi familia, cuando cruzó Afganistán compraron burkas. No se puede hablar en voz alta, no se puede reír, solo puedes mirar a tus pies", añade.

Su hermana era manager de un equipo de fútbol femenino en Afganistán, todo un sacrilegio para los talibanes. "Todo el proyecto de la Federación de Fútbol se acabó; decidimos quemar toda la documentación, diplomas y fotos de mi equipo", lamenta.

Los talibanes marcaron tras su llegada límites escurridizos. Porque interpretaciones de la sharía hay casi tantas como países islámicos, pero en Afganistán ya hubo un quinquenio talibán y la población no olvida los decretos que en los 90 prohibían a las mujeres trabajar fuera de casa, salir sin compañía masculina, tener dinero propio, o asistir a la escuela.

Y menos todavía olvidan las ejecuciones por presuntos adulterios. Incluso como la ocurrida en 2002 cuando las tropas internacionales ya dominaban Kabul.