Tras el anuncio de la muerte de Franco, se hizo un velatorio privado en El Pardo, así como 48 horas de despedidas en el Palacio de Oriente, retransmitidas íntegramente por TVE. Tanta era la gente que el féretro se bajó al vestíbulo y se formó una doble fila, hasta que el domingo 23 de noviembre de 1975 el silencio mutó en exaltación en el funeral a Franco en la Plaza de Oriente.
El régimen quería un funeral por todo lo alto, con la Iglesia al frente. "Me pidieron que todos los obispos concelebraran el funeral. Me pareció excesivo. Si fuese por el papa, todavía", afirmó el cardenal Enrique y Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal en 1975. Fue el cardenal primado de España, Marcelo González, el que hizo la elegía del dictador.
Tras el desfile militar, llegó el último viaje de Franco hasta el momento: el Valle de los Caídos. Allí estaba, desde 1959, José Antonio Primo de Rivera y allí descansaban los restos de, al menos, 34.000 víctimas de la Guerra Civil de ambos bandos, la mayoría exhumados sin permiso alguno de las familias.
Franco fue enterrado bajo una gran lápida de 1.500 kilos. Los canteros que la hicieron llevaban meses preparándose para el momento, pero la sepultura fue adecuada en cuestión de días, corriendo, porque, entre otras cosas, no había escrito alguno en el que el dictador expresara su voluntad de ser enterrado en el Valle de los Caídos.
Así, Franco volvió a la que fue una de sus obsesiones en vida, el sueño que musitó durante 20 años, construido en buena medida con las manos de los presos políticos. Fue él quien supervisó las obras e incluso hizo el primer boceto de la cruz.