Jordi Pujol no deslumbraba por su presencia. Podía dormirse en un mítin, gesticulaba de más y, como reconocía su propio hijo, tampoco era especialmente agradable a la vista. Pese a todo, era una leyenda. Un líder que provocaba el éxtasis con sólo levantar un brazo.

Para entender esa leyenda hay que conocer las cuatro caras del líder. La primera empieza a fraguarse medio siglo antes, es el Pujol antifranquista. En 1960, Franco visita Barcelona y un joven Jordi le prepara una bienvenida muy especial. Inunda el Palau de la Música con panfletos en los que  acusa al dictador de "opresor" y "corruptor".

Jordi Pujol es detenido y torturado. Acaba en la cárcel, pero le dan una oportunidad: si se retracta, le reducirán la condena. Pujol no cede. Le aprecia la izquierda y la derecha. Hasta el periódico 'ABC' le declara hombre del año en 1984. Porque además de antifranquista, Pujol comulga con la religión y con la economía de derechas.

Banca Catalana, el banco que Jordi Pujol fundó con su padre, buscaba clientes. Aquella aventura financiera acabó con una querella de la Fiscalía contra Jordi Pujol y otros 24 directivos de Banca Catalana. El procesamiento de Pujol se evitó con una votación de 41 jueces. Sólo 8 votaron sí; el resto, 33, hicieron que no hubiera juicio. Con aquella decisión, nació otro de los perfiles de Pujol: el honorable.

La tercera de las caras de Jordi Pujol es la de negociador. En 1994, sin mayoría absoluta, Felipe González sabe que depende del apoyo del presidente de la Generalitat. Aznar criticaba los acuerdos de González y Pujol, pero cuando es él quién le necesita pasa del 'Habla castellano' al bilingüismo intimista.

La imagen de Jordi Pujol se forjó, año tras año. Se convirtió en el padre de todos los catalanes. Se aprecia incluso en los datos del CIS. En el 98, contó con el apoyo del 63% de los catalanes. Nada escapaba a sus ansias de control; incluida la prensa.