Julio Picazo pasó 11 meses en la cárcel de Palmasola, en Bolivia. A pesar de que ya está en España, califica su historia de terrible. Viajó hasta Bolivia por cuestiones empresariales, quería comprar salmón de piscifactoría a un precio más barato que en Noruega, pero desde un primer momento sintió que algo no iba bien.

Según declara Picazo, notaba que trataban de controlar sus movimientos, "sientes que alguien te persigue o te vigila, creo que lo tenían todo organizado".

El susto se convirtió en pesadilla al llegar al aeropuerto para volver a España. Allí se le acercaron varios policías y le pidieron que les acompañara. "Usted en sus equipajes porta sustancias irregulares", le dijeron.

A continuación, le llevaron a una comisaría en la que asegura haber sido torturado. Pero, sin embargo, la estancia en la cárcel fue peor. Explica que "las primeras noches no podía dormir de la cantidad de cucarachas que veía por todos los sitios, las paredes estaban marrones de los hongos que había".  

Picazo detalla también cómo por dormir en una celda debía pagar. Para él, ni siquiera estar enfermo fue una vía de escape de aquel infierno. "Yo mismo tuve que conseguir fármacos y suero y meterlo a la cárcel pagando el correspondiente dinero a los policías". 

Según su abogado de oficio, su única opción para salir era hacer una cesación de libertad, que en la práctica, se traducía en pagar. Picazo cuenta que le ofrecen la libertad a cambio de demostrar que va a tener trabajo y una casa, entonces "te van metiendo en la rueda de la extorsión, te van pidiendo dinero para verificar dónde vas a trabajar".

En ese momento supo que era víctima de una trama de la que nadie salía indemne y decidió pedir ayuda al consulado español pero asegura que se sintió abandonado. "El cónsul dijo que mi familia y yo éramos unos mentirosos porque yo llevaba años yendo a trapichear". 

Tras 11 meses de infierno, y a través de un compañero americano en su misma situación y la investigación del FBI, consiguió la libertad. De su estancia en prisión en Bolivia le han quedado secuelas físicas y psicológicas pero, a pesar de lo vivido, se siente afortunado.