El jueves 20 de noviembre de 1975, Arias Navarro anunciaba la muerte de Franco. La primera parte, en la que anuncia 'españoles, Franco ha muerto', es conocida por todos, aunque no tanto la continuación del expresidente franquista: "Mi voz llegará a vuestros hogares entrecortada y confundida por el murmullo de vuestro sollozos".
Aunque la noticia fue motivo de celebración para muchas familias españolas, otras miles despidieron el 23 de noviembre de 1975 el cuerpo del dictador. Una de las escenas que dejó su muerte fue la de una mujer gritando desconsolada: "Viva nuestro santo caudillo de España, yo doy la vida por ti, que la mía no tiene importancia. ¡Viva, viva!".
La capilla ardiente, instalada en el Palacio de Oriente, duró dos días, el 21 y 22 de noviembre, y dejó imágenes de saludos, reverencias, derrumbes y plegarias ante el féretro: "¡Ay!, nuestro santo caudillo de España, lo que hemos perdido! ¡Cuánto te queremos, dios te bendiga!".
Decenas de miles de personas desfilaron ante el féretro en el Palacio Real, donde se concentraron interminables, silenciosas y lentas colas para ver al dictador. Entre llantos y sollozos, algunos incluso acudían para comprobar que, realmente, Franco había muerto.
El día 23 de noviembre, cuando Franco fue enterrado, su féretro salía de la capilla ardiente envuelto en una enorme bandera franquista y aupada por el himno de España. Gritos le alababan y su viuda lloraba desconsolada en la Plaza de Oriente, arropada por la multitud.
Un acto religioso precedió al traslado al Valle de los Caídos, del que se encargó un camión del Ejército apenas sin uso. Los restos de Franco llegaban al mausoleo entre una multitud y rodeados por los familiares, altos cargos del franquismo y militares, que lo condujeron hasta el lugar donde finalmente fue depositado.
Todo el acto estuvo presidido por Juan Carlos I, que además fue quien envió una cara al abad del Valle de los Caídos en la que expresaba dónde iba a ser enterrado el dictador.
Durante la exhumación, el traslado y la inhumación, la ministra de justicia estará presente. El ataúd no será abierto en caso de que esté en buen estado, ya que el Gobierno se fía de un juramento producido en el momento del entierro en el que los enterradores daban fé de que el cuerpo contenido en el féretro era el de Francisco Franco.
Las imágenes de cómo descendía el féretro y cómo se ponía la lápida también se conservan. Berto Guillén fue quien la construyó, y en 2015 explicaba en laSexta Columna que nadie supo de su construcción durante mucho tiempo: "La lápida estuvo en el taller casi siete u ocho meses, allí hasta que se muriera Franco".
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