Comité federal, versión verano

Tres adjuntos, muchas sonrisas y más de un cuchillo afilado: el PSOE se prepara para otra reunión de 'familia' en Ferraz

¿Por qué es importante? El comité federal socialista se ha ganado fama de imprevisible. Besos de bienvenida, abrazos con guion... y batallas por debajo de la mesa. Este sábado se repite el ritual, y todos saben que cuando hay reparto de poder, el verdadero menú es la tensión.

Tres adjuntos, muchas sonrisas y más de un cuchillo afilado: el PSOE se prepara para otra reunión de 'familia' en Ferraz

El PSOE dice que refuerza su estructura. Que la Secretaría de Organización tendrá tres adjuntospara trabajar en equipo. Pero todos en Ferraz saben que cuando hay más manos sobre el volante, el coche suele dar volantazos. Y que en esta casa, las luchas por el control interno no se escriben con tinta, sino con cicatrices.

El partido vuelve a reunirse este sábado en el comité federal, ese ritual tan socialista como impredecible. El lugar donde los abrazos se reparten con la misma facilidad que las puñaladas. Donde los reencuentros tienen forma de beso o de vendetta. Porque si algo ha demostrado la historia del PSOE es que compartir poder no es repartir trabajo, sino repartir tensión. Y esa tensión, con los años, ha dejado nombres, batallas y episodios dignos de serie.

Ahí están Alfonso Guerra y Ciprià Císcar, símbolos de la guerra interna de los 90 entre guerristas y renovadores, con Felipe González en el centro del tablero. Más tarde, José Blanco y Leire Pajín: él no terminaba de ver en ella a una jefa de organización fiable. Choques silenciosos pero constantes. Y más reciente aún, Adriana Lastra y José Luis Ábalos, compañeros de trinchera en el ascenso de Pedro Sánchez, pero luego enfrentados por la estrategia, los tiempos y, otra vez, el control de Ferraz.

Así que sí, los nombres de los nuevos adjuntos ya se conocen. Pero eso no rebaja la tensión ni le quita emoción a un comité federal. Porque los comités del PSOE son como una comida familiar cuando las cosas no están bien: todo empieza con sonrisas, pero alguien acaba levantándose de la mesa.

Y algunos no vuelven. Como Pedro Sánchez en 2016, cuando el partido vivió uno de sus momentos más delirantes: 12 horas de bronca, urnas escondidas, 130 firmas pidiendo su salida, votación a mano alzada... y dimisión. Un comité que acabó en debacle, pero que, curiosamente, sirvió de prólogo a su regreso triunfal siete meses después.

Aunque el primer aviso ya había llegado antes. En diciembre de 2015, Sánchez quería retrasar el congreso del PSOE tras las elecciones. Rajoy había ganado, pero sin mayoría. Y Pedro pensó que si aguantaba, podría volver a ser candidato. Los barones lo leyeron como una jugada personal. Y ahí empezó el terremoto.

En los comités también hay ausencias que hablan por sí solas. Como en junio de 2013, cuando Ferraz intentó modificar las listas de las generales a favor de los afines y Page y Lambán optaron por el silencio: no se presentaron. Una protesta sin palabras, pero muy sonora.

Y el último comité, directamente, no tuvo a su líder. Sánchez estaba "reflexionando" tras la presión por los ataques a su esposa y se borró de la cita. Tomó el relevo María Jesús Montero, y lo que debía ser una reunión interna acabó en una especie de fiesta callejera con pancartas, cánticos y euforia militante improvisada.

Este sábado toca otro capítulo. Ferraz vuelve a abrir las puertas y la familia socialista se sienta de nuevo a la mesa. ¿Será una cita en paz o acabará otra vez con lágrimas, gritos y sillas vacías? En el PSOE, incluso cuando se sabe el guion, el final nunca está escrito.