Sobre el terreno, Vladímir Putin está cambiando su estrategia militar. El ejército ruso está centrando sus ataques estos días en la red eléctrica ucraniana y ha destruido ya un tercio de las centrales eléctricas del país. Así, por primera vez desde que empezó la invasión en febrero, hay cientos de miles de ucranianos sufriendo apagones y cortes de agua, que ya se han producido en ciudades como Kiev, Járkov o Leópolis.

Lo que busca el Kremlin con estos ataques es dejar sin suministros básicos a los ucranianos a las puertas del frío invierno. Una estrategia que no es nueva, ni la ha inventado Putin, puesto que los rusos ya la usaron en Berlín en 1948. Ya entonces, Iósif Stalin utilizó la energía como arma de guerra.

Berlín había quedado repartido en dos bloques tras la Segunda Guerra Mundial: la parte Este, soviética, y la parte Occidental, controlada por los aliados, Estados Unidos, Francia y Reino Unido, aunque que la URSS se había comprometido a surtirles.

Al menos así fue hasta junio del 48, cuando la tensión política entre ambos bloques se dispara y, como represalia, Stalin corta el grifo: los soviéticos bloquean todas las carreteras principales, ferrocarriles y cualquier conexión en la frontera por la que cruzaban cada día 12.000 toneladas de alimentos y carbón. Fue lo que se bautizó como el 'bloqueo de Berlín'.

Casi dos millones y medio de berlineses quedaron completamente aislados, también en lo energético, sin gas, sin electricidad y con carbón a cuentagotas. Aquel invierno, la temperatura media en el mes de diciembre no llegó a los dos grados, así que en las casas toda ropa era poca para combatir el frío con las estufadas apagadas.

Los ciudadanos se quedaron sin fuentes de energía con las que calentarse ni mantener su sustento económico, ya que el apagón paralizó fábricas, talleres y toda la industria. Habían dejado de recibir las 6.000 toneladas de carbón de la parte soviética con las que funcionaban cada día. Con gran parte de la población sin empleo, comenzaba a temerse por el futuro económico de Berlín Oeste.

La solución para los aliados y la esperanza para los ciudadanos llegó por aire, a través del llamado puente aéreo que la URSS estaba obligada a permitir. Cada 60 segundos -daba igual el clima o los accidentes- un avión aterrizaba en esa parte de Berlín, cargado de alimentos, medicinas, carbón o petróleo en la mayor operación aérea de asistencia de la historia.

Los aeropuertos se convirtieron en centros de aprovisionamiento y, durante casi un año, 350 aviones, día y noche, garantizaron la supervivencia de los berlineses con 2.000 toneladas diarias de alimentos y combustibles.

Así, frente a la parálisis progresiva que pretendían los soviéticos, los estadounidenses hicieron de esos corredores aéreos su mejor campaña de propaganda. Era justo el efecto contrario al que pretendía Stalin: obligar a la mitad occidental a unirse al Este de Berlín para acabar dominando toda la capital. La humillación le pudo y en mayo del 49 acabó levantando un bloqueo inútil, al menos como arma de guerra.